El pasado domingo 19 de junio se celebraron elecciones presidenciales en Colombia. Por primera vez llega a la casa de Nariño un gobernante de izquierdas que tomará las riendas de un país totalmente polarizado, sumido en la pobreza, y que además cuenta con una creciente y más que preocupante tasa de desempleo. Gustavo Petro tendrá la labor de enderezar el rumbo del país andino ante un escenario internacional incierto y que recela de sus objetivos, en la casi inevitable comparación con la vecina revolución bolivariana, emprendida por el Comandante Chaves hace más de dos décadas.
Pocos discuten su carisma, capacitación y un extraordinario sentido del liderazgo. Gustavo Petro Urrego, político colombiano de 62 años nacido en Ciénaga de Oro, en el Departamento de Córdoba, es el mayor de tres hermanos. Con tan sólo 10 años sus padres se trasladaron a Bogotá, y poco tiempo después a Zipaquira por circunstancias laborales. Durante esta etapa Petro empezó a participar en movimientos sindicalistas y fue militante del movimiento M-19; unas siglas que marcaron su vida para siempre. Es además experto en economía, toda vez que obtuvo la licenciatura de Ciencias Económicas en la Universidad Externado de Colombia
En 1980 siendo militante del grupo M-19 fue personero en la ciudad de Zipaquira y llegó a ser concejal de ese municipio entre 1984 y 1986; participó en la redacción de la carta magna de 1991 a través de una asamblea constituyente y llegó a ser representante a la cámara por el departamento de Cundinamarca, con el apoyo de M-19. Dada sus opiniones, criticas y postura política fue amenazado de muerte y tuvo que exiliarse en Bélgica durante el mandato de Ernesto Samper. Regresó al país y en 2006 fue senador de la republica. Posteriormente se lanzó a la alcaldía de Bogotá entre 2012 y 2015, donde fue electo y a la vez destituido por la procuraduría general de la nación.
Pocos lideres políticos se han propuesto darle un giro 360 a sus países; considerar que una ideología es buena y otra no, por actuaciones aisladas y autoritarias de antecesores que ignoraron y no entendieron en su momento las problemáticas de sus pueblos puede ser un error de interpretación. En vista de esta realidad este activista político se ha de plantear un discurso y unas propuestas de país que buscan minimizar la situación de desigualdad social, hambre y el reducto de la guerra, a una reconciliación y generación de oportunidades como primer paso para vivir en un país mejor. Bajo una mentalidad progresista ha sido criticado por las élites colombianas que viven bajo un paradigma o una concepción que aún no se abre a la realidad. La narrativa democrática colombiana ha asimilado la realidad multicultural (no tanto la interculturalidad), la libertad de credo (pero con una versión ultraconservadora del catolicismo dominante, desde la apropiación cultural) y un cierto desarrollo de las libertades individuales. Colombia es uno de los países –técnicamente- más democráticos del continente de América. No obstante se habla poco de espacio público, de igualdad, de inclusión, de participación y de derechos y libertades colectivas. De hecho ese lenguaje ha puesto los pelos de punta a las clases medias de este país. Latinoamérica en general, y en sintonía con Estados Unidos nunca ha visto con buenos ojos las propuestas de la izquierda. La palabra socialismo ha sido sinónimo de dictadura comunista, y en el imaginario colectivo se dibujan la Cuba castrista, la Venezuela chavista o los últimos días del gobierno de la Unidad Popular en el Chile de Allende. Miami es el referente. La opulencia, el lujo, la ostentación y la acumulación de bienes en el escaparate de la imaginería suramericana es vista como un triunfo y ejemplo a seguir. El liberalismo a ultranza es percibido como una oportunidad; la meritocracia está en el ADN de una sociedad que dejó de confiar en sus políticos, en sus fuerzas de seguridad y en las románticas guerrillas libertarias. Sólo el dinero y las puertas automáticas que este abre liberan al colombiano de los complejos poscolonialistas de una sociedad que tradicionalmente ha situado al hombre blanco en una clara prevalencia cultural, condenado al mestizaje a la marginalidad. Emisor de personas migrantes desde los años 90, Colombia es un pueblo poco politizado. En lo tiempos modernos, la derecha ha hecho durante décadas un trabajo fino, para liquidar cualquier intento de transformación en una de las fronteras más calientes del planeta.
Hoy parece vislumbrarse un cambio de paradigma. La experiencia socialista en países como Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil o Chile a lo largo de la última década no parece haber convertido a estos estados en Corea del Norte. La ciudadanía colombiana ha notificado también en estas elecciones, que el espantajo del chavismo y de Venezuela está dejando de funcionar, pues para muchos colombianos y colombianas su día a día no es tan distinto. Realidades como las importantes escaseces y el evidente aumento de la fractura social; violencia institucional y policial como la que se vivió en noviembre de 2019, -que marcó un antes y un después respecto a la ensoñación de la libertad que los colombianos creían gozar-, han hecho que una mayoría de votantes explore otra identidad política, una vez restablecido un mundo aún mas a la deriva pero con las mismas soluciones liberalistas de siempre. Y es que la pandemia desequilibró un formato de crecimiento económico precipitando escenarios de pobreza, regresando al fantasma de una inseguridad callejera que se creía superada, y mostrando la cara del despotismo del poder.
Los retos para la igualdad en materia de derecbos civiles en colectivos como el LGTBIQ+ y la visibilidad de los movimientos feministas clásicos o racializados forman parte también de un nuevo relato de estado. La Colombia petrista aspira a la modernidad, a la interculturalidad, a la igualdad y a impulsar la participación en el espacio público a través del movimiento asociativo. Democracia no es sólo ir a votar y callar cuatro años. Petro apoya firmemente el reconocimiento y respeto por las comunidades indígenas y afrodescendientes Gustavo Petro reivindica sus tradiciones y pretende promover la clara diferencia de la idiosincrasia de estas comunidades alentando que se organicen como comunidades con la elaboración de sus propias leyes resaltando, celebrando así la pluralidad y expresando la defensa de su identidad. El eje de la política social en esta primera etapa, se dirige a fomentar la educación y sanidad pública como parte de un nuevo acuerdo nacional para garantizar un escenario de igualdad a las futuras generaciones. Petro se ha propuesto terminar con las bolsas de pobreza y exclusión, en aumentar la presión fiscal a las rentas más altas y en explorar nuevos tejidos industriales acordes con los retos de sostenibilidad medioambiental y comercio justo..
Petro está firmemente comprometido con el esclarecimiento de casos de corrupción con participación de delegados internacionales, así como en la ejecución de cambios en la estructura de seguridad de la nación o la implementación de los acuerdos de paz con la extinta guerrilla de las Farc- EP.
Se enfrentará a un nuevo congreso donde aún no cuenta con mayorías absolutas y se verá inmerso en muchas encrucijadas. Colombia necesita reconciliación y generar ámbitos de convivencia. Y las recetas del nuevo presidente son ambiciosas. La mirada de un Estados Unidos más amable que el trumpista, pero con una CIA más que emancipada, vigila los pasos de una fórmula política que el gringismo siempre ha intentado liquidar y desacreditar. La banca, los poderes residuales en la sombra, las clases millonarias, parte de la industria, el mundo de las exportaciones e importaciones; en definitiva: los intereses económicos recelan de un discurso excesivamente romántico y revolucionario que en cualquier momento podría radicalizarse. Ese fantasma existe. Los experimentos socialdemócratas han generado frustración, no han cumplido sus expectativas y a menudo han fracasado. Demasiadas veces en esta región del mundo, azotada por la injustica, la opresión y los intereses de las grandes potencias. Por lo que sea: por el boicot de la CIA, por la inexorable ingobernabilidad de algunas zonas de estos países; pero ha generado dudas y agitado fantasmas. Cualquier forma de acorralamiento, de estrangulamiento económico puede reverdecer y fortalecer esa radicalización. Por tanto es tiempo para aceptar el mandato de las urnas; darle una oportunidad a la esperanza y de crear espacios para el diálogo internacional. Es hora de emancipación.
Petro, entre la revolución y el consenso; del realismo mágico a la magia del realismo.