Salpican las pequeñas olas de alguna cala de Castellón, y tintinea el bello rumor de un gin tonic que se acaba y que pide otro. A mi alrededor se que suena un ruido, más o menos armónico o estridente. Sea como fuere recordar a Clara y hablar con ella es algo que me alegra la vida. Ella fue para mi un nuevo comienzo en un momento de cambios muy trascendentales. Ella además, fue testigo directo de una de las etapas más hermosas y emocionantes de mi vida. Frágil y efímera pero llena de sabores como la flor del arroz es la existencia y la memoria; la factura final emocional, inevitable espejo.
Pues bien; en un intento de recuperar aquello que fuimos alrededor de una paella casera en una tasca de un pueblo en el campo, de la Valencia interior, de revivir el trance y el viaje imaginario a mil sueños, que se cumplen a su ritmo; otros no. Así el la vida. Pero nunca es tiempo perdido.
Es lo que yo llamo ejercicio de creación. Imaginar un proyecto nos abre la mente a nuevos escenarios donde encontramos mundos y personajes nuevos, y puede que en su compañía abandonemos el proyecto inicial. ¿Y qué? Empezamos haciendo una cosa y terminamos haciendo otra.
Precisamente me vino a la cabeza una tarde de primavera hace como tres años. Yo estaba en el Retiro con unos amigos tomando vino blanco y tal vez unas croquetas, allí en Galería Florida. Estábamos sentados en las mesas de esa azotea que da a buena parte del Retiro, con sus árboles y su paisaje verde bosque, con ese barniz parisino neoclásico. Uno de esos rincones de Madrid donde parece que todo es posible.
Entonces me llamó Clara Tena. Un poco desde el pasado. Llevábamos unos meses sin hablar, creo. El caso es que me pidió un prólogo para lo que creo que iba a ser un libro que un amigo suyo había escrito, o iba a escribir sobre la flor del arroz.
Y me pidió que escribiera algo. Y de pronto me sumergí en lo poquito y residual que queda en mi de Països catalans, y recuperé de mi imganario aquello que nos une y nos acerca, a los catalanes y a los valencianos. Ese paisaje, tragedia y alegría común. A continuación y en homenaje a aquellos días, y en un ejercicio también de mostrar el público lo que hago como artista, como poeta canalla, he decidido publicarlo aquí.
Espero que os guste.
Evoqué la flor del arroz
Soy deudor de la música que impregnaba su entorno. De su lengua mestiza y del tono grave de Raimon sonando en un viejo radio casete al volver a la ciudad en aquel coche también viejo. En su retrovisor, la visión que temo siempre me acompañará: los arrozales pespunteando mi vida en la flor del arroz y mi inaplazable porvenir.
Imposible olvidar a una exultante Victoria Vera abandonando para siempre el urgente amor del guapo y bueno Tonet, y ahogando, -ante la colectiva mirada asfixiada de una generación de espectadores transitorios y liberados (eléctrica compañía)-, el fruto de su amor.
Descubrí la arrebatadora atmósfera de Blasco Ibáñez, y su narrativa armó un relato en mi cabeza que me permitió entender y reconciliarme con mis raíces, mis cañas y mis barros; con la identidad y el desarraigo que hoy me unen a esta flor; la flor del arroz.
Reimaginé mi tierra en toda la cuenca mediterránea en mil viajes sin retorno, con la convicción de que la flor del arroz me devolvería en cada regreso inocente, el sabor, el amor y la amargura de nuestro pueblo mestizo.
Tras el Delta del Ebre, el mundo se presenta ante mis ojos, como la promesa de reencontrarme contigo, la Albufera, imponente y misteriosa; tu destino maldito y el aroma del primer amor. La flor del arroz
Jaume Amills
Guionista y Redactor.
Amb el Delta de l´Ebre enrere, el món em planta cara, com una promesa de retrovar-me amb tú, Albufera, imponent y misteriosa; el teu destí maleït y el perfum del primer amor. La flor de l´arrç