Mi mundo actual
Mi mundo actual es un escenario desvencijado y la programación de mi mente procede de la naturaleza muerta de mis circunstancias. Como hoja movida por el viento certifico, para empezar, que esas dos categorías, escenario y programación, carecen de fronteras y, como en el caso del universo, su expansión no conoce límites. Apostando radicalmente por un encuentro con Dios diría que no hay nada más ancestral y nada más subversivo en tiempos de hiperconectividad digital y algoritmo despiadado que buscar el cese de todas las funciones conocidas. Lo escénico se sitúa en los márgenes para erigirse en un ámbito libre de todas las naturalezas. Desligarme del todo para no ser nada. Serlo todo para no ser algo y en ese proceso renacer a duras penas. Los últimos acontecimientos humanos vividos globalmente nos pueden abocar a una era apocalíptica, puro harakiri de la imaginación. Del pensamiento a la acción, de la acción al juego, del juego a la esperanza. De la esperanza a la muerte.
Mientras todo arde olvidemos las cerillas. Coger nuestras manos y resistir es una utopía. Luchar contra ti mismo es una utopía malsana. Una pelea a cielo abierto entre arte e infamia. Una ruptura de las jerarquías. Un nuevo hermético orden estético. Reaprender de la convivencia herida por un pájaro oscuro. Volver a bailar como cuando éramos niños, sin pan y sin circo. Retomar la relación entre la inocencia y lo sagrado. El juego radica en ser el monstruo amordazado y nunca desterrar la mordaza de los invictos esbirros que nos rodean sedientos de amor o de sangre. Mi solidaridad adquiere forma de kalashnikov y mi alma asume ser una puta sin esperanzas.
Relatarnos otra vez, relatarnos mejor. Sublimar lo cotidiano. Sembrar el campo herido de preguntas nuevas. Gritar sin aliento la vulnerabilidad de los cuerpos que importan. Delirar hasta que sangren los prejuicios. Danzar como bestias heridas dejando que la bilis corroa las viejas categorías obtusas. Ficcionar el mundo antes de que el mundo consiga friccionar mis miedos, los unos con los otros. Ofrecer en sacrificio los mandamientos tóxicos de los tiernos idólatras que se acercan como dulces grises palomas a comer de mi mano durante las primaveras rotas de Malasaña. Ritos de mi absurda periferia existencial. Alimentarse de una poesía visceral. Abrir todos los escenarios para que entren los que nunca pudieron entrar. Deglutir todos los mitos en orgías apocalípticas. Escuchar a Cesárea Évora. Premiarnos con la masturbación en el principio del fin. Cuidarnos, al fin. Y contar aquello que vimos al conquistar la primera esquina. Sin importar si aquello se llamaba muerte o se llamaba sexo. Si se llamaba Federico García Lorca o Marqués de Sade, o incluso, si se llamaba Patria, en tiempos de una metafísica ignorancia hecha cólera. Cuidarnos, es el fin del principio, en un principio sin fines.
Mi mundo actual carece de todo y por eso conlleva el dolor del todo. Mi indagación es una calle muerta. No hay un aroma de café recién hecho. Están ausentes las tiernas vecinas que tienden sus ropas blancas en sus balcones floridos durante la ansiada primavera. Mi indagación es un bucle en su propio enclaustramiento.
Mi mundo actual es un collage de mundos anteriores hecho de retazos y luces entrecortadas con claroscuros indescifrables. Retazos de estrellas en colapso y de piratas ahogados. Nada es reconocible. Son los rostros de otros rostros que no reconocen sus propios rostros. Una barco varado. Un avión caído. Una flor violada entre charcos espesos de fango sanguinolento. Un poema desmembrado y diluido en la sosa cáustica de mis oscuros miedos. Un oasis drogadicto para todos los poetas muertos. ¡Un remanso por fin, para quien no añore remansos, por fin!.
Cinco rones, siete rayas blancas esnifadas sin pausa y un orgasmo que nunca se produjo completarían mi mapa mental de pobre hombre sin Patria. Ese es mi mundo actual. Soy ese hombre sin Patria. No hay más argumentos efímeros, ni siquiera benevolencias de aturdidos contribuyentes que puedan subsanar un ápice, toda mi imperfección putrefacta de hombre baldío y triste . Soy espejo oblicuo, sangre sin color, espécimen en colapso, huracán sujeto a todas las elucubraciones.
Mis miembros me sostienen lo mismo que sostienen las abejas su néctar; una especie de mecánica función predestinada. Intrínseca. Mis miembros temblorosos me sostienen hasta que un día un extraño pájaro negro corroa definitivamente mis sienes y los unicornios proscritos me dejen partir. Obra de Dios. Amén.
Tengo una inteligencia artificial y lasciva. Mi inteligencia nace de una maquinaria lasciva. Mi maquinaria es lasciva porque nace de una inteligencia artificial. El mecanicismo que recreo es artificial y lascivo.
Mi funcionamiento sigue las reglas de un algoritmo: conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la solución de un problema. Me persigue el conjunto de deseos libidinosos que siendo finitos en un primer momento, luego despliegan un sinnúmero de operaciones que llevan a un resarcimiento o solución de un problema sangrante e irresuelto. Mi algoritmo es la adicción. Mi adicción es el sexo. El sexo es mi encuentro con Dios. Dios es un algoritmo cuya inteligencia artificial indaga sobre la resolución de un problema lleno de altibajos, oscuro y siniestro.
A estas horas apenas encuentro la inteligencia de Dios, ni descifro el algoritmo divino y peor aún; todos sus tentáculos me envuelven hasta ahogar un bienestar que presumía bienaventurado en mi inocencia de un ser inmaculado. ¿La adicción?… sigue ahí, espectacular como una aurora boreal fluorescente y deleitosa … fabricada por una inteligencia que sólo alimenta el conflicto en una recreación cinematográfica nunca antes vista.
La adicción al sexo es una enfermedad multifactorial y multidimensional que conduce a la persona a perder el control sobre sus impulsos sexuales y a actuar de forma compulsiva y reiterativa en relación con el acto irracional de la eyaculación, que se convierte en un objeto de obsesión sobre el cual gira toda su vida.
El acto irracional de la eyaculación puede ser un encuentro con Dios mientras no identifiques tus agujeros negros. Los agujeros negros son mapas claros de tu propia injustificada ensoñación lasciva. Irrelevantes son esos agujeros siempre y cuando, puedas inyectarles luz mientras exploras sus grutas más recónditas. El escenario no tiene luz y ni siquiera hay trozos de Dios cuando eres un adicto al sexo. Es un escenario desvencijado, sin una inteligencia clara y con unos claroscuros supurantes. Funcionas como un robot que busca saciar lo insaciable. Decaes, te retuerces y vomitas semen de tres días sin saber quién te lo ha inoculado en tu predispuesta garganta. Sigues dando vueltas como una abeja loca rociada con pesticidas que olvida su panal y su mundo. Copulas con todos. A todas horas. Eres una engendro sexual que apela a sonrojar a todos los hombres posibles con su encanto artificial de inteligencia vacía. Ríos de semen, incontables agujeros negros y clamidias insaciables tamizan tu alma y tu cuerpo cedido a todos, bajo todas las circunstancias. Rostros de otros rostros que no reconocen sus propios rostros. Y vuelta a empezar.
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