En una habitación atiborrada de objetos cotidianos inútiles, donde un busto escultórico cumple la función de váter, y los numerosos cables conducen a luces y lámparas que, obstinadamente, son encendidas y apagadas, vive esta cosa. ¿Es humano o humana? ¿Es una escultura a medio terminar o es un ente orgánico de otro mundo? ¿O es una señora a la que le salió mal una operación estética? ¿Es gordo o musculado? No asusta. Tampoco da asco. Solo inquieta. En cualquiera de los casos, se tiene una única certeza: sea lo que sea, es ridículo. Debajo de los artificios de esta criatura grotesca, de nalgas gordas y tetas flácidas, se oculta Eurípides Laskaridis, el autor y único protagonista de Relic, este unipersonal breve y contundente, a medio camino entre la oda y la crítica a la ridiculez, que fue estrenado por el ascendente creador griego en Barcelona en 2015, cuando estaba en proceso de construcción esa estética de lo grotesco que ha caracterizado todo su trabajo posterior, incluida Titans, su pieza más conocida y representativa.
La exageración marca el tono en Relic. La exploración de la ridiculez humana en Laskaridis coge elementos prestados del burlesque y el cabaret, pero no se decanta por ser ninguno de los dos. Algo de clown, desde luego, también hay, pero no en el sentido del payaso tradicional y convencional sino en una especie de deformación monstruosa del modelo conocido. Hay alusiones, claras y directas, a las problemáticas de género e identidad, y también guiños al travestismo con esos tacones desestabilizadores. En este contexto inclasificable, hay lugar también para la transformación, el otro tema que ha demostrado ser obsesión de este creador, que ha elaborado un imaginario propio que nada tiene que ver con el universo estético de calculada belleza homo-erótica de Dimitris Papaioannou, famoso coreógrafo griego para quien Laskaridis bailó durante un tiempo.
En este sentido, asistimos a varias transformaciones del grotesco personaje que, en no pocas ocasiones, se disfraza sobre el disfraz que quiere vendernos como su auténtico yo, transmutándose así en señorona burguesa de collar de perlas, galerista engreído o rockero bigotudo.
Todo es delirante y desconcertante en el universo Laskaridis. Nada parece estar en su sitio ni cumplir una función, como ese famélico árbol de Navidad sin adornos que destaca triste entre los cachivaches que pueblan el escenario. No obstante, al final de la peripecia, descubrimos finalmente al humano que hay debajo de toda esta carne de atrezzo. Entonces, sorprendidos, entendemos que desde el inicio ha estado hablando de nosotros, de lo que somos, de cómo nos comportamos…
Relic en