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SOS Carabanchel: ¿Próximo barrio víctima de la gentrificación?

Carabanchel siempre fue un barrio con nombre propio. Un territorio con resonancias obreras, de fábricas de ladrillo, de cárceles, de talleres y de vidas tejidas a golpe de vecindad y resistencia. Durante décadas fue considerado la periferia dura de Madrid: barato, mal conectado, incómodo para los urbanistas de traje gris que preferían mirar hacia Chamberí o Salamanca. Y sin embargo, ese aparente desdén lo convirtió en un refugio para quienes huían de las rentas imposibles del centro: inmigrantes, trabajadores precarios, familias expulsadas por la especulación y, cómo no, artistas en busca de espacio y libertad.
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Hoy Carabanchel aparece en las guías trendy como el nuevo epicentro cultural de Madrid. Donde antes hubo naves semiderruidas y talleres mecánicos, ahora se abren galerías de arte contemporáneo, estudios compartidos, coworkings de diseño, salas de ensayo o bares con cerveza artesana. La bohemia que hace veinte años colonizó Malasaña, Lavapiés o Chueca —antes de que el turismo masivo y los fondos buitre los convirtieran en un parque temático— ha puesto rumbo hacia el sur. Y la pregunta inevitable se asoma: ¿es Carabanchel la próxima víctima de la gentrificación?

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El ciclo perverso de la creatividad

La historia se repite con una regularidad casi matemática. Allí donde los artistas llegan atraídos por el bajo coste de los alquileres, el espacio amplio y la ausencia de vigilancia institucional, brota una efervescencia cultural que rápidamente despierta el interés de los medios. El relato se instala: barrio degradado se convierte en distrito cool. Y ese relato, tan goloso para los urbanistas de marketing y para los fondos inmobiliarios, dispara el precio del suelo, expulsa a los vecinos de siempre y convierte a los mismos artistas en víctimas de su propio éxito.

En Londres fue Shoreditch. En Berlín, Kreuzberg y Neukölln. En Nueva York, primero el Soho, luego Williamsburg. En Madrid ya lo vimos en Malasaña, Lavapiés y, en versión más light, Usera. Ahora Carabanchel aparece como la última frontera. La cultura se convierte en punta de lanza del capital: un ejército de lienzos, performances y inauguraciones que pavimentan el camino a las hipotecas imposibles y al alquiler turístico.

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Carabanchel: de fábrica a galería. La paradoja bohemia

La contradicción es evidente y, en cierto modo, cruel. Sin la llegada de esa bohemia artística, Carabanchel no tendría hoy el atractivo que despierta. La proliferación de talleres, galerías y festivales lo ha rescatado del olvido mediático y lo ha colocado en el mapa cultural de Europa. Pero ese mismo éxito es el que abre la puerta a la especulación. La bohemia, que huye de la lógica mercantil, acaba siendo el mejor marketing para quienes solo buscan rentabilidad.

Y hay un punto de ingenuidad en todo esto. Muchos artistas creen estar simplemente ocupando espacios vacíos, dotando de vida y color a un paisaje industrial en ruinas. Pero en realidad están produciendo valor económico, aunque no lo quieran. Están revalorizando el barrio para otros. La inmobiliaria que alquila una nave no piensa en el valor de las obras colgadas en sus paredes, sino en cómo ese bullicio cultural incrementará el precio del metro cuadrado de todo el distrito.

Un paseo por el eje de General Ricardos, Antonio López o la zona de Oporto deja entrever este proceso en plena ebullición. Donde antes había talleres de carpintería o almacenes de neumáticos, ahora asoman centros de arte alternativo con nombres en inglés, murales callejeros con estética instagramable y bares de brunch que venden café de origen a cinco euros. La cultura, convertida en escenografía.

El fenómeno más evidente es el de las naves industriales reconvertidas. Carabanchel fue barrio obrero, barrio fabril, y su herencia son decenas de naves de ladrillo que se quedaron vacías con la deslocalización industrial. Esos espacios, inasequibles en el centro, son ahora la joya de la corona para estudios de artistas y galerías. Lo que nació como ocupación alternativa ya se ha transformado en inversión legalizada, con alquileres que empiezan a crecer a un ritmo alarmante.

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La lupa mediática y la ciudad del no me acuerdo

No hay gentrificación sin relato. Y Carabanchel lleva dos o tres años alimentando titulares en prensa cultural, suplementos dominicales y blogs de tendencias. “El nuevo SoHo madrileño”, lo llaman algunos con entusiasmo acrítico. Cada vez que un medio internacional señala al barrio como destino imprescindible, el engranaje se acelera. Los fondos leen la prensa, no las tesis doctorales sobre urbanismo. Y si Carabanchel empieza a sonar como cool, pronto las aplicaciones de alquiler turístico lo llenarán de apartamentos vacacionales.

El riesgo es obvio: la población que hizo de Carabanchel lo que es —inmigrantes latinoamericanos, familias obreras, trabajadores de rentas bajas— acabará desplazada por el alza de precios. Y con ellos se marchará el alma del barrio, sustituida por un decorado homogéneo de terrazas gourmet y lofts impersonales.

La cuestión de fondo no es Carabanchel, sino qué modelo de ciudad queremos construir. Madrid parece atrapada en un bucle: cada barrio que logra una identidad cultural propia es inmediatamente devorado por la especulación inmobiliaria. La cultura funciona como avanzadilla del capital, y la administración, lejos de regular, a menudo celebra este proceso como un triunfo. “Regeneración urbana”, lo llaman en los informes institucionales. Pero regenerar no es lo mismo que desplazar.

La pregunta incómoda: ¿puede existir una bohemia que no sea instrumentalizada por el mercado? ¿Es posible que un barrio acoja la creatividad sin convertirse en escaparate para fondos de inversión?

La respuesta no es sencilla. Algunos proponen blindar el acceso a la vivienda mediante alquileres sociales, cooperativas o cesión de suelo público. Otros sugieren gravar la especulación con impuestos que desincentiven la compraventa rápida. Y no faltan quienes creen que la única salida es la autoorganización vecinal, que históricamente ha sido la fuerza de Carabanchel. Pero mientras se discuten las soluciones, el mercado corre más rápido.

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La cultura como excusa

Lo más perverso es cómo se utiliza la cultura como coartada. Se organiza una feria de arte contemporáneo en una nave semiderruida, se pintan unos murales en fachadas industriales, se celebra un festival de música alternativa, y de repente el barrio entero aparece en los radares de la especulación. La cultura, que debería ser herramienta de emancipación, se convierte en instrumento de colonización.

Carabanchel corre el riesgo de convertirse en un decorado cultural: una postal para turistas en busca de autenticidad, un barrio-marca donde el arte no se viva sino que se consuma. Y cuando la autenticidad se convierte en producto, ya no es autenticidad, sino marketing.

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La resistencia carabanchelera: un grito preventivo

No obstante, sería un error dar por perdida la partida. Carabanchel tiene una tradición de resistencia que no conviene subestimar. Fue epicentro de luchas vecinales en los años 70 y 80, barrio de asociaciones combativas, de redes solidarias y de creatividad popular. Esa memoria sigue viva. Muchos colectivos ya alertan del riesgo de gentrificación y plantean alternativas. Desde asociaciones vecinales que luchan por el derecho a la vivienda hasta plataformas culturales que apuestan por modelos comunitarios frente a la mercantilización.

La batalla está en curso: ¿logrará Carabanchel preservar su carácter mestizo, obrero y popular, o se convertirá en otro parque temático para expatriados digitales y turistas de fin de semana? Esa es la pregunta.

Carabanchel está en una encrucijada. Hoy vibra con un pulso cultural genuino, con una mezcla de bohemia, mestizaje y memoria obrera que lo convierte en uno de los lugares más interesantes de Madrid. Pero precisamente por eso está en peligro. La gentrificación no es una fatalidad inevitable, pero sí un riesgo real si no se actúa.

De ahí este grito preventivo: SOS Carabanchel. Que no se repita la historia de Malasaña, Lavapiés o Chueca. Que la creatividad no sea de nuevo el caballo de Troya de la especulación. Que el arte no se convierta en herramienta de expulsión, sino en motor de comunidad.

No obstante aquí los espacios y zonas más destacadas del ya proclamado Distrito 11:

Espacio ISO: zona cero de Distrito 11 donde las antiguas zonas industriales se están rehabilitando para reconvertirse en una mejor versión, en talleres, estudios o salas de ensayo.

Espacio Oporto (calles de Oporto, General Ricardos y de la Oca): será el epicentro de Distrito 11 donde se mostrarán las nuevas tendencias y vanguardias.

Espacio Vista Alegre: la progresiva recuperación de la finca Vista Alegre y su conexión con el Palacio de Vista Alegre consolidará la zona como el gran contendor del arte de Carabanchel.

Espacio San Isidro: el lugar donde lo más castizo y los grandes eventos se cruzarán en un recinto capaz de acoger grandes citas en la ciudad.

Espacio Tercio: el lugar donde el cine encuentra su sitio. Una bohemia colonia con vida de barrio donde el mural dedicado a la figura de La Chulapa, obra del artista cubano residente en Nueva York Jorge Rodríguez-Gerada, es ya símbolo del barrio que reivindica lo castizo. Se ubica en la torre del antiguo depósito de aguas de la colonia Tercio y Terol,

Espacio Opañel: Las fábricas se están sustituyendo por galerías de arte. Artistas consagrados y noveles apuestan por un barrio donde nuevas galerías están abriendo puertas.

Espacio Comillas: estudios y talleres para el diseño, las manualidades y la artesanía se encuentran en un espacio que respira innovación y creatividad.

Espacio Río: Distrito 11 y Matadero Madrid, unidos por los puentes más emblemáticos de Madrid, el de Toledo y el de Dominique Perrault. Ahí está Espacio Río que une las dos orillas y desde el que se extiende esta revolución cultural que pone el acento en el equilibrio territorial.

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