

Por Javier Díaz-Nido, Catedrático en Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Autónoma de Madrid e investigador del Centro de Biología molecular Severo Ochoa.
La exposición “Cerebro(s)” se articula en torno a tres grandes ejes: el cerebro como materia física (tal y como lo ha explorado la neurociencia), el cerebro como mente (dónde se incluyen las aportaciones de la psicología y la filosofía), y otras mentes (como el cerebro de otros animales o la inteligencia artificial). Y, en torno a estos tres ejes, sobrevuela siempre la representación que del cerebro y la mente se ha realizado desde el arte. Una hermosa manifestación de esa “tercera cultura” capaz de superar ese lamentable divorcio entre la Ciencia y las Artes y Humanidades que hemos sufrido durante demasiado tiempo.
Hipócrates, el famoso médico griego del siglo V antes de nuestra era, ya dijo que: “Es gracias a nuestro cerebro que vienen las alegrías, los placeres, las risas, y las penas, el desánimo y las lamentaciones. Y también gracias al cerebro podernos movernos, y vemos y oímos, y adquirimos sabiduría y conocimiento, y sabemos lo que es feo y lo que es bello, lo que es malo y lo que es bueno, lo que es dulce y lo desagradable. Y por este mismo órgano enloquecemos y deliramos, y nos asaltan miedos y terrores, cosas que sufrimos cuando el cerebro no está sano”. Hipócrates tenía muy claro que el cerebro es el órgano que ejerce el mayor poder sobre una persona, pero desconocía cómo el cerebro desarrollaba todas estas actividades. Actualmente, en el siglo XXI, seguimos sin saber realmente cómo hace tantas cosas; y aunque nuestro conocimiento ha avanzado mucho, sólo nos ha permitido plantear algunas hipótesis sobre el funcionamiento de nuestro cerebro. Y este misterio indudablemente acrecienta el interés por este fascinante órgano.

Ya entrando en la exposición, nos enfrentamos a algunos datos sobre el cerebro humano, un órgano que representa en torno al 2% de nuestro peso pero que consume el 25% de nuestra energía, necesaria para que funcionen las 86.000 millones de neuronas que tenemos, que se comunican entre sí a través de más de 1.000 billones de conexiones, lo cual nos da una idea de su extraordinaria complejidad.
Inmediatamente después, nos sumergimos en la historia de la investigación sobre el cerebro. Aquí vemos un papiro egipcio del siglo XXVIII a.C, atribuido a Imhotep, médico del faraón Zoser. Se trata de la primera referencia escrita sobre la importancia del cerebro humano y describe casos de distintas lesiones cerebrales y sus consecuencias. También podemos admirar las obras de prestigiosos anatomistas, como el también artista Leonardo da Vinci, que muestran en sus dibujos algunos aspectos de la estructura de nuestro cerebro. Nos acercamos también a la figura del médico francés Jean Martin Charcot, que en el siglo XIX sienta las bases de la Neurología moderna estudiando y clasificando muchas patologías de nuestro sistema nervioso. En esta época se popularizó el empleo de modelos tridimensionales del cerebro humano para que los estudiantes de medicina aprendieran su compleja organización.


Disfrutamos viendo una reproducción de uno de estos modelos, realizada por el escultor Christian Fogarolli en 2016, una de las joyas científicas y artísticas de esta exposición.
Continuamos nuestro recorrido explorando la actividad eléctrica cerebral, que es un elemento esencial del funcionamiento del sistema nervioso, y que, cuándo desaparece, marca la frontera entre la vida y la muerte. Después nos adentramos en el “conectoma”, término que hace referencia al patrón de conexiones entre distintos grupos de neuronas de nuestro cerebro y cuyo mapeo es uno de los grandes retos de la Neurociencia. Desde los estudios pioneros del científico español Santiago Ramón y Cajal, fundador de la Neurociencia contemporánea y reconocido con el Premio Nobel de Medicina en 1906, sabemos que el conocimiento de las conexiones entre las neuronas es una de las claves para entender el cerebro. Como dijo Cajal: “(las neuronas) son esas misteriosas mariposas del alma; quizás algún día, con el movimiento de sus alas, nos aclararán los secretos de la vida mental”.
El joven Cajal, apasionado por el dibujo, tenía alma de artista; pero su padre le obligó a estudiar medicina; una vez médico se dedicó a la investigación, realizando importantísimas aportaciones al conocimiento de la arquitectura del cerebro, que él plasmó en una serie de dibujos que tienen también un extraordinario valor artístico. De esta manera, el científico Cajal pudo también desarrollar su vocación artística. Su importantísima obra científica y artística ha estado lamentablemente almacenada y oculta al público. Actualmente el Ministerio de Ciencia se ha comprometido a exponer ese legado extraordinario, junto al de sus discípulos, en un Museo dedicado a Cajal y la Neurociencia; ojalá se materialice pronto.

Las nuevas técnicas de visualización de las neuronas y de sus conexiones no sólo contribuyen a desvelar la arquitectura del cerebro, sino que también nos proporcionan imágenes muy bellas, que han generado un nuevo campo artístico: el NeuroArte. En este ámbito hay que destacar los micrograbados reflectantes creados por el neurocientífico y artista Gregg Dunn. Otra de las joyas que podemos disfrutar en esta exposición es su obra (en colaboración con Brian Edwards) “Self Reflected”.
Tras este apasionante recorrido por la investigación sobre el cerebro, nos adentramos en un terreno todavía más fascinante, y también más desconocido, el cerebro como mente. La relación entre el cerebro y la mente ha sido indudablemente una de las cuestiones más importantes en la filosofía. Para el filósofo y matemático del siglo XVII René Descartes el cerebro y la mente, el cuerpo y el alma, eran realidades distintas, aunque relacionadas. Un siglo después, el médico y filósofo Jean George Cabanis escribió que el cerebro segrega el pensamiento de la misma manera que el hígado segrega bilis y el estómago digiere alimentos. Actualmente, la mayoría de los neurocientíficos reconocemos que la cosa no es tan sencilla como consideraba Cabanis, pero que, indudablemente, el cerebro crea la mente y así surgen la percepción, la autoconciencia, los sueños, las emociones y la memoria. Sin embargo, todavía no conocemos en detalle los procesos mediante los cuales nuestro cerebro desarrolla nuestra actividad mental.
La exposición Cerebro(s) nos muestra unos de los casos clínicos que prueban este papel del cerebro como creador de la mente. Phineas Gage fue un obrero de los ferrocarriles norteamericanos del siglo XIX que sufrió un accidente que dañó el lóbulo frontal de su cerebro. Esto le produjo un dramático cambio de su personalidad y temperamento, lo cual reforzó la visión de que los procesos relacionados con las emociones y la personalidad no son la expresión de un alma intangible sino el resultado del funcionamiento del cerebro.

Después de esta introducción al cerebro como mente nos adentramos en una de las actividades mentales más importantes: la memoria. Si perdemos la memoria llegamos a perder hasta la consciencia de nuestra identidad. Y eso lamentablemente les sucede a muchas personas que padecen distintos tipos de demencia, siendo la más frecuente la enfermedad de Alzheimer. Las demencias como el Alzheimer no sólo se caracterizan por la pérdida de memoria, sino también por la pérdida de habilidades visuales y espaciales, la dificultad en orientarse y comunicarse, así como la incapacidad de desarrollar tareas cotidianas. Nada ilustra mejor el deterioro mental de un paciente con demencia que la serie de autorretratos del pintor estadounidense William Utermohlen, realizados desde que fue diagnosticado con Alzheimer, y en la que vemos una pérdida de realismo y detallismo hasta llegar a ser apenas garabatos.
La tremenda realidad de las enfermedades neurodegenerativas, que provocan una pérdida progresiva de las funciones neurológicas o mentales, ha llevado a la necesidad de inventar formas de intervenir para cambiar el cerebro. Así nos adentramos en el mundo de la Neurotecnología, de las interfases cerebro-ordenador, que pueden resultar muy útiles para mejorar la calidad de vida de las personas afectadas con enfermedades neurológicas muy discapacitantes. Nadie duda de la utilidad de estas tecnologías que pueden permitir a una persona incapaz de articular palabras expresarse a través de un ordenador que lea lo que esa persona quiere expresar. Pero estas neurotecnologías también tienen su lado oscuro ya que podrían emplearse para leer nuestras mentes con fines maléficos. Por eso el desarrollo de la Neurotecnología debe venir acompañado de una reflexión ética y una regulación legal.
Aquí hay que enfatizar el extraordinario trabajo del gran neurocientífico español Rafael Yuste, residente en los Estados Unidos, que ha propuesto promulgar unos nuevos NeuroDerechos como complemento a los Derechos Humanos ya reconocidos internacionalmente. Estos NeuroDerechos consagrarían el derecho a la identidad personal (limitando cualquier neurotecnología que permita alterar el sentido del yo de las personas), al libre albedrío (preservando la capacidad de las personas de tomar decisiones de forma libre y autónoma sin manipulación alguna mediada por parte de las neurotecnologías), a la privacidad mental (protegiendo a las personas del uso de los datos obtenidos durante el registro de su actividad cerebral), al acceso equitativo (regulando la aplicación de las neurotecnologías para aumentar las capacidades cerebrales, de manera que no queden solo al alcance de unos pocos privilegiados) y a la protección contra los sesgos (evitando que las personas sean discriminadas por cualquier factor que se pueda obtener de las neurotecnologías).


Abandonamos el espacio dedicado a las neurotecnologías e iniciamos el recorrido de la exposición enfocado hacia los otros cerebros y las otras mentes. Hay muchos biólogos que piensan que la actividad mental no está restringida a la especie humana, y a nuestros parientes más próximos los primates. Un caso particular es el de los pulpos, y otros cefalópodos, cuyo sistema nervioso, muy diferente al nuestro, les permite desarrollar una conducta muy sofisticada. ¿Cómo de inteligentes son los pulpos? Sabemos que son animales curiosos y con capacidad de resolver problemas, pero desconocemos hasta dónde llegan sus capacidades cognitivas. Y entrando ya de lleno en el ámbito de las otras mentes, más allá de los animales y sus sistemas nerviosos… ¿existen mentes artificiales? ¿pueden ciertas máquinas, robots, desarrollar una actividad mental? ¿Veremos en el futuro cyborgs como Robocop? Y aquí entramos en el espacio de la inteligencia artificial, que está dando sus primeros pasos, pero que no sabemos a dónde nos puede llevar. El poder de la inteligencia artificial queda bien demostrado en el proyecto Deja Vu, quizás el broche de oro de esta exposición, desarrollado por Pilar Rosado y Joan Fontcuberta, que han aplicado herramientas de inteligencia artificial (denominadas en lenguaje técnico algoritmos y redes neuronales generativas) para examinar obras del Museo del Prado y transformarlas creando nuevas impresiones. ¡El resultado es flipante! Y nos muestra las posibilidades abiertas por la inteligencia artificial para revolucionar el mundo del arte y quizás también nuestras vidas.
Impresionados, salimos de esta magnífica exposición, pensando en los secretos del cerebro y de la mente humana que todavía quedan por desvelar, y en ese mundo futuro de mentes artificiales que no sabemos como será.

Cerebro(s) estará en Fundación Telefónica hasta el 22 de junio