entrevista a miguel trillo, por javier bellot.
-¿Qué tienen las periferias que se han convertido en las protagonistas de tu vida?
-Para mí lo más natural era ir a tomar notas visuales al extrarradio. Allí no había catedrales ni monumentos, pero es donde estaba la vitamina, la sangre. Los dos grandes movimientos de los 80, el hip hop y el heavy de Barón Rojo y Obús, salen del extrarradio.
-Más de 40 años fotografiando a jóvenes. ¿Qué diferencia adviertes entre los de antes y los de hoy?
-Ninguna. Las fotos que hacía entonces estilísticamente son las mismas que sigo haciendo ahora. Siempre he procurado no ser muy barroco ni pasarme de listo estilísticamente para hacer un fotón.
-Nunca has tenido estudio. ¿Se te puede definir como el fotógrafo sin estudio?
-No me interesaba. No he tenido estudio, pero sí dos carreras; eran como mis muletas. Hice filología, pensando que iba a ser escritor, e imagen, porque quería ser director de cine. Y he cogido el camino más egocéntrico, ya que el cine necesita un equipo y la escritura un biombo con el que vivir concentrado. La cámara hizo que me convirtiera en ese ojo vitalista que yo necesitaba.
-¿Te has convertido en un eterno voyeur?
-En Cádiz hay un término que es veedor: los que veían desde las almenas. Yo he sido más un veedor.
-No se te ha escapado una.
-Ninguna. Tengo como una especie de rayos X en los ojos: siempre he estado donde debía y he visto lo que quería.
-¿Cómo se siente la primera vez que eres consciente de que has hecho historia?
-Eso se analiza después. Muchas veces me digo: “¡Quién me mandó estar allí!” En Torrejón en el primer concierto de rap, por ejemplo.
– ¿Por qué esa obsesión con los váteres?
-Los lavabos eran respiros visuales y sonoros: los únicos sitios en que había luz y silencio. Como las cámaras no tenían autofoco, había que encender el mechero y allí se podía. Ahora los baños son otra cosa. Quiero dejar claro que la noche no siempre tiene que estar asociada a droga y negocios sucios. Yo podría haber probado de todo, pero no era mi opción; y negocios sucios pueden darse más en un consejo de ministros que en una discoteca.
-Has sido amigo de todo el mundo, pero no te has implicado con nadie.
-Eso también es verdad. He sido fiel a los mismos amigos de siempre, del entorno de la enseñanza y de la facultad. He pasado por la fotografía de manera aérea, como un zepelín.
-¿Por qué fotografías siempre a parejas?
-No creas. Al principio fotografié a muchas pandillas. Hay un dicho que dice que los jóvenes van en grupo, los adultos en pareja y los viejos solos. Tengo un libro que se llama Parejas y placeres.
-Tu hiciste fotos chico-chico y chica-chica cuando eso no se hacía. Hay un componente no sexual sino morboso en tus fotos que no se ha analizado lo suficiente.
-El desnudo nunca me ha interesado.
-Pero tus jóvenes vestidos son más morbosos que muchos desnudos.
-Porque ellos son así. La persona joven sale y se viste para ligar. Esas tribus urbanas que yo he fotografiado han sido ejercicios corporales, no espirituales. La fotografía es el mejor lenguaje para esto. Y eso que la fotografía miente, como cualquier otra expresión artística. Quizá es la menos mentirosa.
-Ahora se puede ver tu obra en una nueva exposición en el Centro de Arte de Alcobendas hasta el 15 de enero. ¿Qué supone exponer?
-Mis cuatro o cinco décadas las he ido exponiendo desde la primera en Ovidio. Después la del 83 en la Sala Amadís, que tú dirigías y que en ese tiempo era la más moderna. Esta puede considerarse mi primera exposición, ya que en ella fueron expuestos retratos por primera vez. Dio la casualidad que fue Paloma Chamorro, que entonces empezaba La edad de oro, y fui el primer fotógrafo entrevistado en su programa. En el 90 hice la exposición de Moriarty con las tiras de postales, que se abren con las fotos de la exposición de Parla, que fueron portada del dominical de El País.
-Curiosamente hemos estado unidos en muchos proyectos.
-Porque hemos sido compañeros de carrera y eso hace muchísimo.
-La de ahora se llama Tokio. ¿Qué te pasa con Oriente?
-La exposición de Amadís se llamaba Madrid-Londres. Londres entonces marcaba el ritmo musical, social y cultural. Ahora es Tokio. Hay cantantes, como Miku Hatsune, que son virtuales, llenan estadios y tienen millones de visualizaciones.
-¿Cuándo dejas las periferias y te vas al extranjero? ¿Cuándo se te queda España chica?
-En realidad se me quedó chico Madrid y me fui a Barcelona, que yo la imaginaba moderna y no fue así. Han sido 20 años allí y yo creo que eso me ha perjudicado. Si es verdad que convertí Barcelona en una pista de viajar. Empiezo a hacer tribus urbanas: primero en Manila, coincidiendo con la independencia de Filipinas, y después en Cuba y Puerto Rico. Entonces hice mi exposición más política. Flipé con Manila y me enamoré de Asia.
-¿Qué te pasa con el hip hop?
-Hay un componente ideológico. Cuando estábamos en la facultad, todo el mundo tenía que ser rojo. A mí, como a ti, siempre me ha gustado lo que se sale de la norma. De repente esta gente mezcla batería, electrónica, radiocasete; dejan el cuero y visten un chándal. Surgió una capacidad creativa. Ahí es cuando ves la semilla negra, para luego plantarla. Tú y yo tenemos un punto muy común: nos atraen las disidencias creativas.
-¿Qué tiene la belleza?
-Cuando el artista va por libre tiende a representar los cánones de belleza. La gente bella tiene más oportunidades.
-¿Nunca has hecho fotos a una persona fea?
-Espera, que busque a ver si encuentro alguna —dice con sorna, mientras mira su móvil—. Siempre he fotografiado momentos placenteros. He necesitado la suciedad de la realidad.
-¿Eres un fotógrafo en el tiempo?
-El tiempo no nos pertenece. Es una manía pensar que el tiempo que has vivido es tu tiempo.
-Los más jóvenes alucinan contigo. ¿Quizá porque no te han beatificado, porque no te han dado ningún premio?
-Los premios son políticos. Al final, terminan reconociéndote.
-Si miramos atrás…
-No me gustan los espejos retrovisores.
-Iba a comentarte el día que subiste a mi casa de Malasaña con el primer ejemplar de Rockoco aún calentito de la fotocopiadora y ahora está en el Reina Sofía. ¿Has sido consciente del morbo de tus fotos?
-Era consciente de que mis fotos ponían caliente, aunque yo no lo pretendiera.
-¿En algún momento has pasado miedo?
-Nunca. La violencia no tiene estética. No me ha gustado.
-¿Si te pidiera Pablo Alborán que le hicieras un retrato?
-No tiene sentido. No los hacía antes, no voy a hacerlos ahora. Además, yo no soy fotógrafo.
-¿Cuál es la semilla negra, esa que ves en la gente?
-La que da frutos artificiales, frutos culturales. Ese es uno de los grandes placeres: ver a las culturas juveniles en la cuna no tiene precio. Yo he ido de cuna en cuna. La cultura es un campo de cultivo que está regado por un tiempo o una época. En ese campo yo he sido El cortador de césped.
Por Javier Bellot.