Por Mustafa Akalay
Después de años dando vuelta a una idea que me tortura a diario, y que consiste a enfrentarse a la hoja en blanco para ir rememorando mis vivencias durante estos sesenta y cinco años de existencia que acabo de cumplir en este año denostado, marcado por esta virulenta pandemia, que dio al traste con todo, paralizando el mundo y confinando al ser humano en espacios cerrados guardando las distancias. La escritura es dolor, desmembrarse el alma para que mane los más oculto y la hoja en blanco sienta y encarne esa angustia desgarradora; revolver viejos recuerdos, adentrarse en su pasado para recabar información autobiográfica haciendo uso de la memoria. La memoria, dice Walter Benjamín, no puede fijar el flujo del tiempo ni abarca la infinita dimensión del espacio: se limita a recrear cuadros escénicos, disponer de recuerdos e imágenes en una ordenación sintáctica que palabra a palabra configurará un libro.
El maestro de la autobiografía novelada, el escritor disidente por antonomasia Juan Goytisolo nos avisa que reconstruir el pasado será siempre una forma segura de traicionarlo en cuando se le dota de posterior coherencia, se le amaña en artera continuada argumental, nos aconseja dejar la pluma e interrumpir el relato para amenguar prudentemente los daños: el silencio, y sólo el silencio, mantendrá intacta una pura y estéril ilusión de verdad.
Es hora de dejar la oralidad en que están sumidas las sociedades ágrafas , donde impera el no dicho y prohibiciones, y coger el toro por los cuernos descubriéndose, desnudándose, destapándose a través del texto escrito, es una forma de pagar su deuda no en el sentido religioso, pero haciendo terapia psicoanalítica, sin pasar por el diván de ningún analista Freudiano ni Lacaniano, haciendo caso por una vez al irreverente Michel Onfray que cuestiona la falta de solidez científica de la terapia psicoanalítica freudiana y la tacha de pura fabulación en su libro “Freud crespúsculo de un ídolo”.
Nuestras sociedades de origen con cultura oral dominante. Prefieren el verbo a la letra escrita. Fabular que escribir y son poco dadas al destape autobiográfico, y a la transgresión, quien se meta con los cimientos del ethos y las creencias sufre los ataques despiadados de fuerzas poderosas que pululan en las redes sociales y se arriesga a ser objeto de una sentencia condenatoria por algún jurisconsulto de la religión. De allí que la autobiografía como género literario en sociedades donde no hay tradición, el ejercicio de la reconstrucción de su vida por algún atrevido autor como el caso de Mohamed Choukri, le convierte en el nuevo Sísifo, un escritor atormentado y maldito. Su relato de vida, el pan desnudo o a secas, censurado, vilipendiado y prohibido por las editoriales árabes, le torturó todo el resto de vida y le castigo con el estigma de ser un autor repudiado, excomulgado y tachado de antipatriota y antinacionalista, la estigmatización social era tal que sumió al Bukovski tangerino en un alcoholismo diario como analgésico frente a sus angustias y congojas.
El azar o el mektoub ha hecho que yo nazca en el barrio militar: La Alcazaba de la capital de la Mauritania Tingitana, Tingis, Tánger o Tanjah, allá por los años 56 o 55 de este siglo en el seno de una familia mixta: bereber con antepasados zenetas y moriscos expulsados de Alcalá La Real por mi padre y otomano por mi madre. No estoy seguro de mi fecha de nacimiento ya que en el libro de familia está apuntado el 28 de diciembre, día de los santos inocentes del 55 y que según una vecina soy más bien del mes de junio del 56 ya que con su hijo nos llevamos una semana. Nunca celebro mi cumpleaños por esta causa de fechas que me tienen trastornado desde el punto psicoanalítico. Puede ser que me ha han quitado meses para poder entrar a la escuela a tiempo acompañando un hermano mayor de un año que yo.
El libro de familia no entró en vigor en el Tánger no internacional hasta el 1960, de allí la equivocación de fechas de nacimiento y de apellidos patronímicos como en mi caso, por funcionarios novicios no versados en los apellidos toponímicos y propensos a la invención de apodos, ya que quitaron la L a mi apellido Alcalá convirtiéndolo en un Akalay que suena en árabe coloquial a tostador o freidor. Normalmente soy un ikalâien, un alcalaíno o hijo de Alqalaa o del castillo (fortaleza, castillo) descendiente de los iqera´yen o guelais (alkaalyeen o alkalaí en árabe,Alcalay o Akalay en francés, Alcalaíno o Alcalà en castellano),aguerridos guerreros rifeños que desde Guelaya vinieron en ayuda al caudillo Ali Ben Abdellah Er-rifi para echar los ingleses de Tánger en 1684,instalándose desde entonces en la ciudad del estrecho convirtiéndose en familias ilustres y de alta alcurnia hasta hoy día. El resto de familias de dicha rama rifeña con más ardor guerrero y gusto innato por la piratería volvieron a la región de Guelaya formando una confederación de tribus, para atrincherarse en la península de las tres Forcas , adueñarse de la frontera marítima mediterránea y cerrar el paso a cualquier amenaza exterior .Ya Desde la edad Media desde Mrich (nombre en bereber de Melilla) de donde solían saltar el estrecho en plan razzia, arrasando con todo, poniendo todo cristo firme y volviendo sanos y salvo con el botín de guerra a su retaguardia Guelaya, También se erigieron a lo largo de la historia en grandes constructores de fortalezas Qaalat o Alcalás.
Al perder su forma, los apellidos también perdieron su significado. Los tangerinos pagaron entonces el precio por la imaginación de los registradores, que dieron nombres según peculiaridades, profesiones o atributos menos halagadores. En esta vasta empresa, la subjetividad de los transcriptores y la mala voluntad de quienes se enfrentaron a la nueva administración pasaron factura. Sin darse cuenta estos funcionarios que esto supondría un problema para las generaciones futuras. El cambio de apellidos supone la desaparición de linajes y genealogías, y con ello, la desintegración de una estructura social. En Tánger, muchos apellidos son fantasiosos, si no ridículos, datan de la época del desmantelamiento del estatuto internacional de dicha ciudad estado o ciudad mundo, cuando la nueva administración marroquí impuso el sistema patronímico. Debido a graves errores en la transcripción oral a escrita, algunos son tan difíciles de llevar que casi los tangerinos de origen rifeño solicitan hoy la recuperación de sus verdaderos apellidos a través del tribunal de familia.
Por parte materna soy descendiente de otomanos que huyeron de Argelia a raíz de la conquista francesa de dicha regencia otomana para instalarse en el barrio de dar el Baroud de la medina de Tánger. Dato que descubrí hace poco a través de una discusión con uno de mis tíos maternos, que tiene pinta de rubio teutón que es mi fuente oral, pero no del todo fidedigna, al preguntarle sobre el desconocido origen del apellido de mi madre Souabe, Schwaben en alemán, y si había relación con Suabia región administrativa del estado libre de Baviera con capital en Ausburgo, no supo contestarme, pero acertó en que mi Tatarabuelo era un alto cargo de la caballería otomana. Creo haber encontrado la respuesta del origen otomano o presuntamente germánico de mi madre en la fascinante aclaración histórica del historiador Jem Duducu en lo que sigue: el Imperio Otomano, durante la mayor parte de su existencia precedió al nacionalismo. Con una dinastía que abarcó 600 años, en su apogeo incluyó lo que ahora es Bulgaria, Egipto, Grecia, Hungría, Jordania, Líbano, Palestina, Macedonia, Rumania, Siria, partes de Arabia y la costa norte de África. En algunos países, se trata de un legado que prefieren olvidar, en otros es un tema acaloradamente debatido y, en un puñado, parte del orgullo nacional. Más de 30 de los sultanes eran hijos de mujeres del harén. ¿Por qué destacar ese hecho? Porque ninguna de esas mujeres era turca y es poco probable que alguno de ellos haya nacido musulmán. En gran parte de los casos, sus orígenes se han perdido en las brumas del tiempo, pero parece que la mayoría eran mujeres europeas, o sea serbias, griegas o ucranianas. Es probable que los últimos sultanes “turcos” fueran genéticamente mucho más griegos que turcos. De manera similar, cualquiera de los legendarios jenízaros (un cuerpo de combate de élite dentro del ejército), incluido el famoso arquitecto Mimar Sinan, que comenzó su carrera como jenízaro, eran todos niños cristianos que habían sido incorporados a esta fuerza de élite y luego se habían convertido al islam. (Jem Duduccu BBC history magazine 2020)
Hasta que no haga el test de ADN que me puede deparar gratas sorpresas como en el caso del reportero tangerino Aiman que le detectaron descendencia de tribus aborígenes del continente americano es decir genes amerindios en un tres por ciento .Soy una identidad compleja y plural, no puedo confirmar de momento el origen de mi apellido materno, seguro que es otomano y no turco, describir cualquier cosa otomana como turca es como cualquier cosa del imperio británico fue exclusivamente inglesa, sino que se lo pregunten a khwame Anthony Appiah, autor de la obra “Las mentiras que nos unen”: (identidad, creencias, color, clase, cultura).
La identidad personal la construimos socialmente a partir de rasgos culturales diversos, cada uno de los cuales nos vincula a un grupo diferente. Pertenecemos, pues de un modo u otro, a muchos grupos diferentes y nos vemos obligados a decidir cuáles de los diferentes grupos a los que pertenecemos son importantes, y necesarios, para nosotros; cuáles son prioritarios y cuántos podemos relegar a un último lugar. Debemos y podemos decidir libremente, de entre todas nuestras pertenencias identitarias, cuáles son las primordiales e irrenunciables, puesto que a pesar de que algunas categorías nos fueron impuestas por la historia, la tradición o los hábitos, podemos renunciar libremente hasta de la lengua como en mi caso he renunciado a la lengua árabe para escribir y me he apropiado del español y francés como botín de guerra, exiliándome en dichas lenguas y cultivando la literatura menor como lo hicieron antaño Kafka, Elías Cannetti, Cioran, Samuel Beckett, Ionesco. Apuesto por una identidad ciudadana. Soy de oriente y también de occidente, soy como todos los mediterráneos, heredero de numerosas civilizaciones antiguas y muchas otras. Tánger, ciudad transversal en un mundo hibrido, sin duda, más que un proceso, constituye un destino, más que una llegada, su multiculturalidad, su polifónica oferta un gran bazar y auditorio que trasciende grupos étnicos, idiomas, religiones e ideologías. Una ciudad transnacional, transitiva, especialista de generalidades, abierta a la geografía y a la historia, una metrópoli global valga el oxímoron. Todo removido o agitado, como un cóctel, todo, en una palabra, bien mestizado en la aturdida túrmix de nuestro incierto tiempo.