El Sureste Asiático es un destino popular entre los viajeros de presupuesto medio-bajo. Sin embargo, Singapur es una de las ciudades más caras de esta zona. Quizá esto explique que se hable poco de ella. Conozcamos algo más acerca de este país, uno de los «cuatro tigres asiáticos».
—¿Vas a Singapur? A mí no me gustó. —Gustavo me mira sorprendido tras haberle comunicado mi próximo destino—. En ese país todo está prohibido, no puedes hacer casi nada. Además, es caro.
—Vaya, no lo sabía. He encontrado un billete barato hacia allí con escala en Berlín y no he dudado en comprarlo. Además, así aprovecho para visitar a Daniele en Alemania durante mi tránsito.
Ya en la capital alemana, Daniele me comenta que Singapur no es el primer destino que le vendría a la mente si quisiera viajar.
—Bueno, ahora ya tengo el billete. Ya veremos qué pasa —le digo resignado—.
Durante el vuelo, antes de iniciar el descenso, una azafata me entrega un formulario que debo devolver en la aduana rellenado cuyo encabezado anuncia que el tráfico de drogas está castigado con pena de muerte en Singapur. Obviamente, este mensaje no me atañe, pero me confirma la rigidez de las leyes del país al que estoy a punto de entrar: uno de los que tienen menores niveles de corrupción del mundo.
Sin embargo, en cuanto salgo del avión todo es amabilidad a mi alrededor. Los agentes fronterizos, el personal del aeropuerto y el de los medios de transporte atienden mis consultas eficientemente en un inglés correcto y con una sonrisa constante en sus rostros.
Si bien es cierto que los transportes y alojamientos son caros, la comida en un mercado próximo al hotel cápsula en el que me alojo es muy económica y fresca.
Encuentro una ciudad limpia. Me comentan que se sancionan hechos como arrojar colillas al suelo o mascar chicle. Tampoco me afecta esta ley, pero ahora entiendo que las aceras estén impolutas.
Por sus animadas calles circulan peatones con todo tipo de estilismos. Veo pasar a un joven rapado vestido con la indumentaria anaranjada característica de los lamas que habla con una trabajadora del mercado provista de un delantal impermeable y katiuskas blancas. Encuentro una mezquita, una pagoda y un templo hinduista consecutivamente en menos de cinco minutos. También se entremezclan los estilos arquitectónicos tradicionales con los más vanguardistas por toda la ciudad. Se dice que, más que una nación, Singapur es una sociedad en transición.
Un barrio hípster con tiendas de ropa, galerías de arte y cafés de novedoso diseño interior me sorprende durante una de mis caminatas. Otro atractivo de la ciudad es su jardín botánico, con una extensísima sección dedicada a las orquídeas, en el que un paseo junto a sus lagos y cascadas artificiales me llena de sosiego. Más lejos del centro, Pulau Upin es una isla en la que aún puedo ver la forma de vida tradicional de sus moradores.
Singapur se alumbra por la noche, pero no de una forma meramente funcional. Los famosos «súper árboles», símbolo prácticamente representativo de la ciudad, muestran juegos de luces de múltiples colores alimentados por parte de la electricidad que han acumulado durante el día las placas solares situadas en sus copas. Los puentes y estatuas, así como algunos edificios —como el emblemático Marina Bay Sands, con su terraza con forma de nave— deslumbran a los transeúntes con sus iluminaciones, a veces acompañadas de música. Observo un espectáculo proyectado sobre las brumas que forman los surtidores de un lago y, cuando finaliza, contemplo las caras del resto del público: me tranquiliza no haber sido el único que se ha quedado boquiabierto.
Termino el día acudiendo a un complejo de bares situado en dos edificios contiguos de tres plantas con buena música y clientela muy comunicativa.
Si buscas contrastes, los hallarás en muchos lugares del mundo, pero pocas veces en una superficie tan limitada como la de Singapur.
José M. Diéguez Millán es autor de los libros «ESTE» y «SUR».
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