La urbe donde convive la arquitectura, la crean varias cosas: edificios singulares que caracterizan el lugar llenando los espacios de líneas y geometrías diversas, la gente, las personas que habitan aquellas arquitecturas, que llenan de vida el espacio, dotándolo de una esencia especial que es diferente en cada una de las ciudades. Y la atmósfera, ese aire que se crea de la combinación de ambas cosas; gente más arquitectura, única y diferente para cada ciudad. La que nos habla de la vida, de su cotidianidad, costumbres y tradiciones. Nuestra deriva por Morelia nos invita a una reflexión sobre la representación de la ciudad o, mejor, sobre el imaginario, los desvíos de dicha deriva describen una suerte de historia de esta representación.
El fotógrafo flâneur o callejero tiene la oportunidad única de captar el momento, congelar el tiempo, y al final del día conservar algo tangible que le recuerde esa valiosa milésima de segundo. La deriva fotográfica se propone tan solo visualizar la arquitectura del lugar, es un trabajo de fotografía urbana. La deriva se convierte así en una especie de caleidoscopio, compuesto por una miríada de imágenes que se solapan entre sí, se entremezclan y cambian de lugar y que, más que establecer un discurso lineal, evocan asociaciones a partir del fragmento y la sugerencia. La deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado firmemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica, y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo, lo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo.
El turismo es lo contrario de la deriva.
Derivar es justo lo contrario de hacer turismo, aunque uno puede convertir cualquier viaje en una deriva y viceversa. Comparar ambas formas de recorrer la ciudad puede ser útil para comunicar que entendemos por deriva. La deriva implica el andar, recorrer y repensar, lejos del ávido ojo del turista, la deriva articula tiempo, paisaje y movimiento y evacua la tendencia a considerar lo urbano como espacio ocioso. El turista va a un destino, sin que le importa gran cosa cómo llega hasta él; y cuanto más rápido y cómodo, mejor.
Morelia y más concretamente su centro histórico es la ciudad mexicana con más edificios catalogados como monumentos arquitectónicos (posee 1113 y de ellos 260 fueron señalados como relevantes), de tal manera que visitarla ofrece la garantía de un recorrido enriquecedor por su valor histórico y arquitectónico amplio y variado. Estos inmuebles se asientan sobre una suave loma de cantera que abarca 390 hectáreas distribuidas en 219 manzanas con 15 plazas que se convierten en remansos para el visitante.
Otra característica es su ornamentación exterior conocida como “barroco moreliano”, donde los elementos decorativos escultóricos y vegetales dominan los planos y las líneas de tableros y molduras. Las calles y plazas de la capital michoacana se apegan a la forma de retícula irregular y muchas de ellas rematan con un monumento que origina espectaculares perspectivas. Se debe dejar buen espacio al azar en la deriva como sostuvo Guy Debord, mejor dicho, un buen espacio a la improvisación y al cambio de planes, permanentemente abierto al acontecimiento, a seguir las múltiples vías de exploración que continuamente surgen. De nuevo es oportuna la comparación con el turista, ni él puede influir en eso que se le ofrece, ni el sitio turístico está fabricado para otro propósito que para convencerle de que vuelva la próxima vez y siga consumiendo
Muy distinta es la deriva porque el conocimiento que adquirimos sobre la ciudad y sobre nosotros mismos en la relación con ella es la apertura para empezar a influir sobre un destino que hasta ahora se nos ha proporcionado decidido por otros y cerrado de antemano sin que nosotros nos hubiéramos enterado siquiera. La deriva es una actividad crítica y autocrítica; implica un compromiso serio con la ciudad entendida como territorio vivo. Y el “flâneur” no es más que eso, el urbanita que pasea por la ciudad y se va deteniendo en los escaparates, las tiendas, sin ninguna intención concreta. En ocasiones ese paseante entra en algún piso para ver cómo vive la gente, o se toma un café con pestiños en una de las mejores cafeterías del centro histórico de Morelia. Lo que importa es el hecho del paseo sin intención, sin cómo ni por qué, dejarse llevar, cultivar “la douce oisivité”, “la farniente” o mejor dicho el derecho a la pereza (Paul Lafargue). Algo muy similar nos sugieren los mapas psicogeográficos que Guy Debord hizo de Paris.
Las dimensiones de la deriva entonces se multiplican en experiencias y recorridos o desvíos y cada dirección abre puertas para lanzar nuevas derivas. La deriva es recomendable. La ciudad es el espacio de la representación de los símbolos, la memoria y los sueños, el lugar de la creatividad y la libertad, del orden y de su transgresión. Está compuesta por capas de vestigios, tensiones y placeres. En ella se establecen las relaciones personales. Toda ciudad como Morelia dispone de puertas que cualquiera, en compañía de otros mejor que solo, puede abrir cuando estén cerradas.
Por Mustafa Akalay Nasser.Director del Esmab.UPF FE.
María Antonia Trujillo, fotógrafa urbana.