“Yo la recuerdo en la última aparición pública de Rock Hudson y me emocionó el inmenso cariño que le demostró en un momento tan duro. Y la valentía y honradez de el, al anunciar que se moría de SIDA, cuando la enfermedad era un estigma para los afectados. Dos personas totalmente distintas a los papeles que interpretaban en el cine.”
Rosa Pérez, lectora.

Doris Day adquirió popularidad en los años 40 como vocalista, y a mediados de la década era una brillante estrella discográfica. Se inició en el cine en 1948 y no tardó en convertirse en una de las actrices favoritas del público con sus papeles de heroína sencilla de musicales ligeros: en los años 50 era ya la estrella femenina más popular de Estados Unidos. A finales de esa década y principios de la siguiente fue la heroína virginal de una serie de comedias de alcoba, junto a seductores como Rock Hudson y Cary Grant. Por lo general, el argumento de sus películas poseía una vaga aureola de sexualidad, pero Doris Day permanecía siempre casta hasta el último plano.

En 1947, cuando actuaba en el Little Club de Nueva York, la vio y oyó el director de cine Michael Curtiz, quien le ofreció un papel, en sustitución de Betty Hutton, en la película musical Romance en alta mar (1947), producida por la Warner, y en la que obtuvo un gran éxito con la canción It’s magic. Con esta productora firmó un contrato por cinco años, y luego otro hasta 1955, fecha en la que pasó a la Metro Goldwyn Mayer.
Sus siguientes películas fueron My dream is yours (1949), dirigida por Curtiz; It’s a great felling (1949), de David Butler; El trompetista (1950), también de Curtiz y donde tuvo como compañero de reparto a Kirk Douglas; y Té para dos (1950), de Butler. Con este mismo director intervino en The West Point Story (1950), en la que también trabajaron Virginia Mayo, Gordon MacRae y James Cagney. Ese mismo año participó en el drama Stormwarning, junto a Ginger Rogers y Ronald Reagan y bajo las órdenes de Stuart Heisler. A ésta le siguió el musical The Lullaby of Broadway (1951), de David Butler, con canciones de George Gershwin y Cole Porter.
Doris Day – Que Será Será
En su nueva productora su primer papel fue en el musical Ámame o déjame, que había rechazado Ava Gardner y que fue dirigido en 1955 por Charles Vidor. Un año después rodó para la Paramount la mítica El hombre que sabía demasiado (1956), dirigida por Alfred Hitchcock, y El diabólico señor Benton. Después vino, en 1958, The pajama game, Enséñame a querer con Clark Gable y Mi marido se divierte, de Gene Kelly. En 1959, compartiendo cartel con Jack Lemmon y Steve Forrest, protagonizó La indómita y el millonario, en esta ocasión para la Columbia.

En 1968 inició el programa de televisión The Doris Day Show. Para este medio realizó además una serie dirigida por Bruce Bilson en la que encarnaba el papel de una viuda con dos hijos y cuya acción transcurría en un rancho. En 1976 estuvo alejada de los focos durante algunos meses como consecuencia de una extraña enfermedad en la espalda. Ese año, hacia noviembre, publicó el libro autobiográfico Doris Day: su propia vida, que provocó un gran escándalo y que vendió en 1978 a una productora de Hollywood. En 1983 volvió a los platós para el rodaje de la serie de televisión titulada Nostalgia, en la que, junto con Robert Mitchum, evocaba la historia de Broadway y Hollywood.

Alma caritativa que emulaba la enérgica simpatía de sus personajes, en los últimos años se convirtió en una activista en favor de los animales. También fue un gran apoyo para su amigo Rock Hudson cuando este tuvo que confesar que tenía sida. Cuando medio país lo discriminaba y las informaciones sobre la enfermedad eran escasas, ella fue la gran muleta del actor. En los últimos años, personas de su alrededor mostraban su preocupación por el carácter recluido de la estrella, que apenas salía de casa, ni siquiera para continuar su labor hacia los animales. De hecho, cuando una vez la visitó Paul McCartney, creía que se trataba de una broma.

Casi centenaria, Doris Day murió sin obtener ese Oscar honorífico que reclamaban sus grandes fans. Ella se negaba a recogerlo y la Academia de Hollywood, quizá molesta, se lo regateó durante demasiados años. Pero como a Chaplin, Hitchcock, Rita Hayworth y otros tantos, nunca le hizo falta el premio para ser lo que hoy es: uno de los grandes mitos del siglo XX, una de esas voces que siempre evocaban un mundo mejor.
