Javier Díaz Nido se licenció en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Siguió su carrera investigando la caracterización de la proteína MAP-1B en tejido nervioso y su relación con proteínas en otros tejidos, lo que, en 1988, le confirió el Doctorado en Ciencias Biológicas por la UAM. Después de una breve estancia en el Laboratorio Cold Spring Harbor, en 1995 fue invitado a regresar a España como Profesor Titular de Biología Molecular en la UAM. A partir del 2013, asumió más responsabilidades académicas, primer como Delegado del Rector en temas de Doctorado y, dos años más tarde, como Director de la escuela de Doctorado. En el 2019, consiguió la plaza de Catedrático en la misma universidad.
Las principales líneas de investigación de Javier Díaz ido y su grupo, en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, están relacionadas con el estudio de la fisiopatología y la terapia en la enfermedad Ataxia de Friedreich. Ha recibido diferentes proyectos de investigación para estudiar enfermedades neurodegenerativas, de los cuales se generaron cuatro patentes entre 2004 y 2010.
¿Cómo surgió tu vocación por el estudio de las ciencias biológicas?
Yo era un chaval que vivía en un barrio obrero en el seno de una familia en la que nadie tenía estudios universitarios. Mis referentes para orientar mi vocación los fui encontrando en el colegio y, sobre todo, en la televisión (por aquel entonces no existían ni internet ni las redes sociales). En el colegio me gustaban mucho las Ciencias Naturales, pero también la Historia y el Arte. Quizás podría haber tirado por cualquier camino, pero un día ví en la tele una película, bastante antigua, sobre la vida de Louis Pasteur, que me dejó fascinado. Esa película me introdujo en la aventura de la investigación científica y en la importancia que tiene para mejorar el bienestar de las personas. A raíz de ello, la ciencia en general, y la biomedicina en particular, pasaron a ocupar un lugar muy importante en mi horizonte vital. Y, sin duda, el impulso final me vino dado por la extraordinaria serie sobre la vida de Ramón y Cajal, que fue dirigida por José María Forqué y protagonizada por Adolfo Marsillach para televisión española. Esta serie me mostró lo apasionante que podría ser la investigación sobre nuestro sistema nervioso, y de ello probablemente viene mi deseo de convertirme en un neurocientífico. Vamos, que mi vocación científica surge en gran medida a partir de aquellas magníficas producciones cinematográficas sobre científicos tan relevantes como Pasteur y Cajal. Afortunadamente, en aquella época, el despertar de mi vocación científica se vio acompañado por la oportunidad de que un chico de clase trabajadora pudiera acceder a los estudios de educación superior y desarrollar una carrera académica (algo casi imposible en épocas anteriores).
¿Cómo ha sido el desarrollo de tu carrera profesional hasta llegar a ser catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa?
Comencé mi carrera científica, durante el último año de mi Licenciatura en Ciencias Biológicas, trabajando en el área de la Microbiología, sobre resistencia a antibióticos. Pero pronto cambié a otro laboratorio para aproximarme a la Neurociencia. Y en este campo es dónde he trabajado toda mi vida, tanto en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa como en estancias que realicé en el Kings College en Londres y en Cold Spring Harbor Laboratory en Nueva York. Durante muchos años trabajé en el grupo liderado por el Profesor Jesús Ávila sobre la enfermedad de Alzheimer, que es la enfermedad neurodegenerativa más prevalente en la población mundial, y sobre otras demencias relacionadas. Y luego inicié mi carrera científica independiente enfocada a otro grupo de enfermedades neurodegenerativas, más raras, como son las ataxias hereditarias, provocadas por mutaciones en distintos genes, y que resultan en el deterioro progresivo de ciertas regiones de nuestro sistema nervioso central como el cerebelo, lo que produce una perdida progresiva de nuestra capacidad para coordinar los movimientos. Los pacientes afectados por estas enfermedades ven como van perdiendo movilidad y acaban confinados en una silla de ruedas, a la vez que padecen otros síntomas neurológicos.
Es interesante el papel de investigación que has realizado sobre las ataxias hereditarias en Cuba. ¿Cuéntanos como fue esa experiencia y qué valoración haces del sistema sanitario cubano?
En Cuba existe, en torno a la ciudad de Holguín, un elevado número de personas afectadas por la denominada SCA2 (ataxia espinocerebelosa de tipo 2), una de las ataxias hereditarias. De hecho, la provincia de Holguín es la región con la mayor concentración de pacientes atáxicos de todo el mundo.
Mi primer proyecto como investigador principal, financiado por el Programa de Cooperación Científica con Iberoamérica del Ministerio de Educación de España, estaba dirigido a estudiar esta enfermedad en colaboración con un grupo de científicos cubanos.
He podido comprobar, de primera mano, la calidad del sistema de educación y ciencia en Cuba, muy por encima de la media de los países de Latinoamérica y el Caribe. En el ámbito de la investigación sanitaria, Cuba ha desarrollado una potente plataforma biotecnológica/biofarmacéutica. Prueba de ello es el hecho de que Cuba haya desarrollado dos vacunas propias para la Covid-19, las primeras de toda Latinoamérica, con efectividades similares a las de Pfizer o Moderna. Es una lástima que las condiciones de la vida en Cuba fuercen a muchos profesionales científicos muy bien preparados a abandonar el país. Todo un éxodo de talento. También es lamentable que, debido a la fuerte crisis económica que padece Cuba, se priorice la atención médica con programas de rehabilitación a los pacientes extranjeros con enfermedades neurodegenerativas que pagan en divisas y se desatienda a muchos pacientes cubanos.
¿Cuáles son las principales vías de investigación de tu trabajo científico?
Mi trabajo científico está centrado en el estudio de la ataxia de Friedreich, que es la ataxia hereditaria más frecuente entre la población europea, con el objetivo de comprender mejor, a nivel celular y molecular, como se inicia esta patología y, a partir de este conocimiento, poder desarrollar terapias que puedan ser eficaces para su tratamiento.
¿Cuáles son los nuevos proyectos que tienes en mente desarrollar en el próximo año 2024?
El proyecto que tenemos en marcha es estudiar un ratón, que ha sido modificado genéticamente para que tenga la mutación que causa la ataxia de Friedreich. Nuestro objetivo es descubrir lo que sucede, a nivel molecular y celular ,durante el inicio y el desarrollo de esta enfermedad con la esperanza de poder encontrar “dianas” sobre las que actuar para detener, o al menos enlentecer, el proceso neurodegenerativo.
También queremos usar este ratón para comprobar la eficacia de distintas aproximaciones terapéuticas como son el uso de algunos fármacos o la terapia génica (que consiste en añadir a las células del sistema nervioso central una versión correcta del gen que se encuentra mutado en la enfermedad).
Como activista, eres miembro del Instituto Universitario de Derechos Humanos, Democracia, Cultura de Paz y no Violencia (DEMOSPAZ) adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid y es notoria tu influencia en la bioética y la política científica, ¿ Que une tu activismo social y compromiso con tu labor científica? ¿Crees que los gobiernos locales, autonómicos o estatales hacen lo suficiente para convertir a España una potencia científica y tecnológica?
Mi vocación de “activista” nace en mi adolescencia y es incluso anterior a mi vocación científica. Siempre he estado muy comprometido con la defensa de los derechos humanos. Y uno de los derechos humanos reconocido en la Declaración de las Naciones Unidas es el derecho a la Ciencia, que establece que toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Por eso creo que los científicos tenemos la obligación de acercar la ciencia a la sociedad, así como de facilitar la implicación de los ciudadanos. Y, en este contexto, considero que los científicos debemos dialogar más con los políticos y participar más en el diseño de la política científica. Así lo he intentado yo desde distintas plataformas. Por mencionar algo reciente, soy vocal desde 2020, a propuesta de la Asamblea de Madrid, en el Consejo de Ciencia y Tecnología de la Comunidad de Madrid, un organismo consultivo que asesora en política científica al gobierno madrileño. La pena es que el gobierno madrileño nos ha hecho poco caso.
Y, desde mi posición de científico muy implicado en el análisis de la política científica, tengo que lamentar que los gobiernos (locales, autonómicos y estatal) han exhibido mucho “postureo” pero no han hecho lo suficiente para convertir a España en una potencia científica y tecnológica. Obviamente no todos tienen la misma culpa. Algunos gobiernos autonómicos, como los del País Vasco y Cataluña, sí que se lo han tomado en serio y han desarrollado políticas muy favorables al fomento de la ciencia, la tecnología y la innovación. Otros, como el de la Comunidad de Madrid, se han quedado muy cortos (por decirlo de una manera muy diplomática). A nivel estatal, el Gobierno de España en la última legislatura ha hecho un esfuerzo muy significativo, aunque todavía insuficiente, para apoyar nuestro desarrollo científico. Ojalá en esta legislatura este impulso se consolide y se acreciente.
¿Cómo valoras el papel de las instituciones públicas a la hora de financiar proyectos de investigación en España? ¿Cuáles son las principales carencias que afronta la investigación científica en nuestro país?
Las instituciones públicas son la clave para financiar la ciencia en cualquier país, teniendo el sector privado un papel más enfocado a financiar el desarrollo tecnológico y la innovación.
Respecto a las carencias que afronta la investigación científica en España, la primera es, sin duda, la escasa inversión. Algunas cifras dan una idea de esto, mientras España invertía (datos del año 2021) el 1,43% de su PIB en lo que se denomina I+D+I (investigación, desarrollo e innovación), Israel destinó el 5,44%, Corea del Sur el 4,81%, Estados Unidos el 3,45%, Suiza el 3,15%, Alemania el 3,14%, y China el 2,40%. Resulta evidente que España debe invertir más en ciencia e innovación. Si realmente queremos que España llegue a ser una potencia científica deberíamos plantearnos como objetivo de país alcanzar una inversión en ciencia e innovación del 3% del PIB en 2027 y del 4% en 2030.
Pero la ciencia en España requiere no sólo más inversión, hay que mejorar la gestión y reducir la burocracia, es preciso cuidar mejor al personal de la investigación, y es imprescindible promover una ciencia abierta a la sociedad reforzando la difusión cultural del conocimiento científico.
¿Cómo es el día a día en la vida profesional de Javier Díaz-Nido?
Parte del tiempo lo dedico a actividades que me entusiasman, como leer la literatura científica más relevante, dar clases, escribir artículos científicos o de divulgación, asistir a reuniones científicas nacionales e internacionales, o participar en diversos eventos de comunicación de la ciencia a la sociedad. Leo mucho porque me gusta estar al tanto de los avances que se están realizando en la investigación sobre las enfermedades neurodegenerativas, muy en particular sobre las ataxias. También para preparar y actualizar las clases que imparto en la universidad. La docencia es una actividad que me encanta. Y también disfruto en las reuniones de mi grupo de investigación debatiendo sobre los resultados obtenidos y los nuevos estudios a realizar.
Otra parte del tiempo la dedico a tareas burocráticas, mucho menos satisfactorias, que recaen sobre el personal docente e investigador debido a la escasez de personal de gestión en la universidad. Un grave problema que es preciso resolver con urgencia.