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José de Madrazo

El Museo Nacional del Prado explora las claves del Neoclasicismo español a través de los dibujos de José de Madrazo

La exposición "Juramentos de papel. El pacto ciudadano en los dibujos de José de Madrazo", que podrá visitarse desde hoy hasta el 2 de marzo en la sala 60 del edificio Villanueva, ofrece una oportunidad única para acercarse a la evolución ideológica de este artista a través de una cuidada selección de dibujos procedentes de la extraordinaria Colección Daza-Madrazo, que ingresó en el museo en 2006. "Juramentos de papel" reúne 12 obras que abarcan desde estudios anatómicos hasta composiciones preparatorias para grandes lienzos, revelando la profunda influencia de Jacques Louis David, maestro de Madrazo, y su singular interpretación de la iconografía del juramento, así como la huella que dejó en su obra el estudio de la estatuaria clásica en París y en Roma.
José de Madrazo

Esta exposición se nutre de la extraordinaria Colección Daza-Madrazo, adquirida por el museo en 2006, que atesora cerca de trescientos dibujos de José de Madrazo y constituye un testimonio excepcional de su proceso creativo y su versatilidad. 

El conjunto de 12 obras seleccionadas por Carlos G. Navarro, conservador del Área de Pintura del siglo XIX, para esta muestra revela la profunda influencia de Jacques-Louis David (1748-1825), maestro de Madrazo, en la singular interpretación que este realizó de la iconografía del juramento. Las obras de Madrazo aquí expuestas, desde sus estudios anatómicos, reflejo de su pasión por la estatuaria clásica, hasta las composiciones preparatorias para sus grandes lienzos, permiten al visitante comprender el proceso creativo del artista y también su versatilidad ideológica, capaz de amoldarse a mensajes aparentemente contradictorios.

A través de escenas como La muerte de LucreciaLa muerte de Viriato y La destrucción de Numancia, Madrazo aborda temas como el heroísmo, la virtud y la resistencia, enmarcados en la historia clásica pero que reflejan la convulsa realidad política de la España de su tiempo. En todos ellos el artista incorporó el juramento, iconografía revisitada por su generación como eco artístico de las inquietudes políticas contemporáneas.

Estos dibujos, más allá de su valor estético, poseen un profundo significado político que ilustra los cambios ideológicos de Madrazo, quien empleó su arte para plasmar las tensiones y debates de una nación en plena transformación.

La exposición no solo revela la maestría de Madrazo en el dibujo, sino que también alerta de la necesidad de abordar desde nuevas perspectivas su proceso creativo, no como un mero proceso formal sino en cuanto a su capacidad para introducir cuestiones políticas. Así, podemos apreciar cómo adaptó activamente la simbología del juramento a distintas iconografías para construir una narrativa moderna de identidad nacional.

 “Juramentos de papel” ofrece una oportunidad única para adentrarse en los aspectos más íntimos de la creación artística de José de Madrazo a través de la riqueza de sus dibujos conservados en la colección del Museo del Prado. Estas obras sobre papel constituyen una vía privilegiada para documentar y reexaminar las claves del Neoclasicismo español y, en particular, para revisar la influencia de Jacques-Louis David –de quien se conmemora en 2025 el bicentenario de su fallecimiento– en la renovación de la pintura española durante el primer tercio del siglo XIX.

Acerca de José Madrazo

Fundador de una estirpe de artistas que protagonizaron brillantemente todo el siglo XIX español, el pintor montañés José de Madrazo fue uno de los grandes artistas del Neoclasicismo en España. Su obra, indisolublemente unida al preeminente protagonismo que adquirió su personalidad en la sociedad del país, así como a su gran influencia en la formación de muchas generaciones de pintores en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, le convierten en una referencia ineludible de este periodo.

Nacido en una familia de hidalgos con escasa fortuna, desde los once años acudió a la escuela de Náutica del Real Consulado de Santander. En 1797 se matriculó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde asistió a las clases nocturnas en el tiempo que le quedaba libre de su servidumbre con Manuel Francisco de Cevallos, conde de Villafuertes.

Aunque comenzó a trabajar con Cosme de Acuña, pronto pasó junto a Gregorio Ferro (1742-1812), de quien en realidad recibió las primeras enseñanzas artísticas. Tras algunas desavenencias con el conde y con Acuña, regresó a Santander, donde obtuvo una pequeña pensión para instalarse definitivamente en Madrid a estudiar Bellas Artes, lo que hizo desde el otoño de 1799. En esa segunda estancia entró en contacto con Pedro Cevallos, hermano del conde de Villafuertes, que consiguió para él una pensión con la que completar sus estudios en París.

Llegó a la capital francesa en 1801 en el séquito de cónsul Fernando de la Serna, donde continuaría sus estudios desde junio de ese año con Jacques-Louis David (1748-1825), que le transmitió su aprecio por el mundo clásico. Durante esos años, además, Madrazo completó su formación intelectual con los hermanos de la Serna, junto a los que comenzó a formar su famosa biblioteca, que con el tiempo se convertiría en un instrumento clave para su trabajo y para el de cuantos artistas le rodearon, y donde comenzó su interés por el coleccionismo de arte antiguo. En octubre de ese año comenzó a cobrar la pensión asignada por Carlos IV, que había sido convencido por el distinguido diplomático y aristócrata José Nicolás de Azara (1730-1804) de la aplicación del joven. Junto al maestro del Neoclasicismo permaneció Madrazo hasta 1803, fecha en la que realizó una de sus pinturas más davidianas, Jesús en casa de Anás (Madrid, Museo del Prado), tan apreciada en la Corte de Madrid que le granjeó una prórroga de su pensión, disfrutada en Italia.

A finales de 1803 llegó a Roma, donde se vinculó a Ingres (1780-1867), amigo con el que ya había establecido lazos durante la estancia anterior en París. Allí pintó La muerte de Lucrecia, obra también de filiación neoclásica, que gozó de una fama extraordinaria, recibiendo los elogios de respetables personajes como Vincenzo Camuccini (1771-1844) o Gaspare Landi (1756-1830), claves en la escena artística romana.

Tanta fue su fama que Madrazo pretendió con ella, sin éxito, recibir el nombramiento de pintor de Cámara de Carlos IV. Madrazo ideó entonces un ambicioso proyecto artístico vinculado al monarca español en el exilio que consistía en un ciclo de grandes pinturas de la historia antigua, del que sólo llegó a pintar La muerte de Viriato (Madrid, Museo del Prado), ejemplo de su valoración de los modelos griegos de la antigüedad. Seguramente la obra más conocida de todo el Neoclasicismo español, pronto se convirtió en uno de los grandes iconos de patriotismo y libertad, favorecida por su exposición permanente en las salas del Prado desde su misma fundación. De haberse completado, el ciclo constaría de tres grandes cuadros más, que deberían haber representado La destrucción de Numancia, Megara obligando a capitular a los romanos y Las exequias de Viriato. El conjunto reivindicaría la superior nobleza del pueblo autóctono español, los celtíberos, frente a sus invasores romanos, de modo que legitimara, por comparación, el papel de Carlos IV como víctima del imperio napoleónico.

En 1808 Madrazo, que perdió el sostén de su pensión, fue encarcelado junto a otros artistas y servidores de la Corona en el Castel Sant’Angelo de Roma, por jurar fidelidad a Carlos IV frente a Bonaparte.

Cuando fue liberado, para sostenerse sin la pensión que había disfrutado hasta entonces, realizó algunos retratos a la aristocracia española e internacional que residía en Roma, aprovechando sus conocimientos de la plástica de Ingres. De entre ellos destaca especialmente el de la Princesa Carini (Colección de la Comunidad de Madrid).

Con motivo de la llegada a Roma de Napoleón en 1812, Madrazo participó en la decoración del palacio del Quirinale, pintando un gran lienzo para una de las salas donde debía alojarse la Emperatriz. Para ello realizó su Disputa de Griegos y Troyanos por el cadáver de Patroclo. En 1812, cuando estaba terminando esa obra para Napoleón, entró en Roma Carlos IV, que llamaría a Madrazo a su séquito, comprándole además La muerte de Lucrecia, pintura que había rechazado años atrás. El monarca español también le encargó diversas copias de pinturas antiguas. Sus habilidades le llevaron a trabajar, por último, ese mismo año, también para Manuel Godoy, a quien retrataría en 1812 y para el que pintaría los retratos de su mujer y sus hijos el año siguiente. Todavía en Italia, en 1813, recibió el nombramiento de académico de San Lucas, y realizó por entonces Amor divino y amor profano (Madrid, Museo del Prado), donde suavizó su lenguaje neoclásico hacia fórmulas académicamente más tradicionales, que homenajeaban el lenguaje pictórico de Anton Rafael Mengs (1728-1779).

La abdicación de Napoleón permitió que en septiembre de 1814 se restableciesen las pensiones en Roma, lo que benefició personalmente a José, que reanudó el cobro de la misma. Así, en 1816 realizaría su siguiente pintura de historia, vinculada con el nombramiento que había recibido de alcalde de ausencias de Santander durante los años de la Guerra de la Independencia. Así, realizó, a propuesta del Ayuntamiento de su ciudad natal y con ese destino, el Heroísmo de la ciudad de Santander, en 1816, replicando además el cuadro para Fernando VII.

En 1818 regresó a Madrid, como pintor de Cámara y académico de San Fernando. El 1 de junio, ya en Madrid, juró el primero de esos cargos. A finales de año regresó a Roma para conducir a Madrid a su familia, coincidiendo allí con la muerte de los Reyes padres. Entonces, con Juan Antonio de Ribera, se ocupó de formar los inventarios artísticos del Monarca desaparecido y conducir sus colecciones a España.

Además, comenzó a pintar un par de cuadros de los funerales de la reina María Luisa, que, una vez comenzados, terminaría su cuñado Pedro Kuntz (Patrimonio Nacional), pues él debía regresar a Madrid.

A su llegada a la capital española, Madrazo se ganó pronto el favor de Fernando VII y de su Corte, aunque debió competir pronto con Vicente López (1772-1850), nombrado desde 1815 primer pintor de cámara.

A partir de entonces desarrolló una carrera artística vinculada casi en exclusiva al género del retrato, aunque realizó algunas obras aisladas, relacionadas con su primera vocación de pintor de historia. De sus retratos más significativos tras su llegada a España se pueden destacar, por su iconografía, el de Fernando VII a caballo (Madrid, Museo del Prado), de 1821, y, por su interés artístico, también el de Manuel García de la Prada (Madrid, Academia de San Fernando) de 1827, ya de clara inspiración romántica.

En 1825 recibió el privilegio exclusivo por diez años para litografiar la colección de pinturas del rey Fernando.

Así, bajo su dirección, salieron en ese tiempo series tan importantes como la Colección lithográphica de cuadros del Rey y la Colección de las Vistas de los Sitios Reales. Las numerosas ocupaciones que derivaban de esa responsabilidad, al menos hasta que la puso en marcha, y que implicaron entre otros trabajos, su traslado temporal a París —donde retrató a varios personajes—, le impidieron tomar parte en las decoraciones del Palacio Real comenzadas justo en 1825, en las que participaron el resto de pintores de cámara.

Sin embargo, la llegada a Madrid de la última esposa de Fernando VII, la panormitana María Cristina de Borbón, favoreció enormemente el ascenso cortesano de José de Madrazo, que fue nombrado su maestro de pintura, realizando para ella un techo para el palacio de Vista Alegre, así como otras obras de devoción y varios retratos, así como algunas pinturas que, al parecer, la Reina firmaría como suyas.

En 1837 se suspendió la Colección litográfica, quedando Madrazo liberado de esas obligaciones. Pudo asumir nuevos proyectos artísticos, entre los que destaca El asalto de Montefrío por el Gran Capitán (Segovia, Alcázar). Pero su nombramiento como director del Real Museo de Pinturas, en 1838, constituyó de nuevo un impedimento para el desarrollo de su carrera artística. Sin embargó, Madrazo fue el primer director de la institución que era pintor profesional, relegando a los aristócratas cortesanos que la habían dirigido hasta el momento y que ya nunca sucederían en el cargo. Su labor, siempre condicionada por el servicio a Palacio, fue determinante para que terminaran de llegar al Prado algunas pinturas de las colecciones reales, cumpliendo el deseo de la Reina Gobernadora de reunir en el Prado los cuadros y obras de arte que correspondían legalmente con la herencia de Fernando VII a su hija Isabel II, frente a las piezas que reservase para la infanta Luisa Fernanda. Su afán por presentar una auténtica variedad de escuelas y darle con ello al Museo un carácter instructivo, le llevó a interesarse por incorporar obras de artistas como El Bosco, Patinir y Mabuse, llegadas de El Escorial, u objetos de otras disciplinas, como los dibujos de las colecciones reales que estaban en el obrador de Vicente López o las Alhajas del Delfín que se extrajeron del Gabinete de Historia Natural. Madrazo, además, redactó el reglamento interno del Museo, directamente inspirado en el del Museo del Louvre. Se redactó y publicó un nuevo catálogo que, firmado por su hijo Pedro, llegó a contemplar durante su mandato más de dos mil pinturas en sus últimas ediciones. Además, bajo sus auspicios, dio comienzo un proyecto ambicioso, la llamada Serie Cronológica de los Reyes de España, que debía representar a todos los monarcas hispanos desde los reinos cristianos de la Península hasta Isabel II, pero que nunca vería concluido. José fue muy cuidadoso respecto a la conservación material del edificio, introduciendo mejoras materiales en los pavimentos y en los sistemas de calefacción y edificando la llamada Sala de la Reina Isabel. También lo fue en cuanto a la estética, imponiendo los uniformes a los celadores y porteros. Criticado abiertamente por Richard Ford por sus criterios para conducir el taller de restauración del Museo, el carácter autoritario del pintor le ocasionó también desagradables desencuentros con la prensa. En 1857, debido a las restricciones de sueldos y de personal propuestas por la Corona y a otras medidas legales que entorpecían su labor, José de Madrazo presentó su dimisión irrevocable.

En la Real Academia, de la que fue profesor de Pintura y director adjunto, también trató de llevar a cabo un ambicioso proyecto de renovación docente que tardaría, sin embargo, algunas décadas en completar, debido a las reticencias de los sectores más conservadores de la corporación. Aunque en 1823, al formar parte de la comisión que debía reformar el funcionamiento de la Academia y de sus enseñanzas, leyera una memoria para corregir los males de la institución, no encontró el momento propicio. Hasta 1844, después de que desde 1838 ejerciera como director de Pintura, no consiguió el propósito de la reforma, adecuando la estructura de la corporación a los nuevos tiempos.

Desde su regreso definitivo a España comenzó a adquirir una gran relevancia social debido a sus relaciones con el mercado de arte antiguo tanto en nuestro país como en Francia. Así, llegó a reunir una vastísima colección de dibujos, estampas y pinturas antiguas, muchas de ellas procedentes de colecciones aristocráticas que necesitaban recursos. Además, se ocupó de vender algunas de las pinturas de su colección tanto a las nuevas fortunas del país, como a interesados coleccionistas extranjeros, pasando tras su muerte gran parte de las obras de su colección de pinturas a la del marqués de Salamanca.

Colofón a su carrera institucional fue el nombramiento como primer pintor de cámara tras el fallecimiento de Vicente López, en 1850. En realidad, al final de su vida, José de Madrazo había acumulado numerosos reconocimientos y honores, lo que, junto al poder que ejercía tanto en Palacio como en la Academia y en el Museo del Prado, llevaron a sus contemporáneos a considerarle como el “gran pontífice y árbitro absoluto de los dominios de las Bellas Artes”.

Además, era caballero supernumerario de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y regidor perpetuo de la ciudad de Santander desde 1828, comendador de la Real y Americana Orden de Isabel la Católica desde 1833, poseía honores de secretario de la Reina desde 1840 y la Gran Cruz de Isabel la Católica desde 1848. Su hijo Federico se revelaría como el mejor sucesor de José en el acaparamiento de estas facultades y reconocimientos.

Su estilo, a pesar del peso que la formación davidiana ejerció en él toda su vida, estuvo muy receptivo a la vasta formación que recibió en París y luego en Roma. Así, su pintura transita desde el estricto neoclasicismo hasta una tímida asunción del lenguaje del tardo romanticismo, directamente debido a la influencia del lenguaje artístico de su hijo Federico.

Junto a las obras de los grandes maestros antiguos, apreció el valor de todas las escuelas, a excepción de —según el recuerdo de su discípulo Ceferino Araujo— “su horror a Jordán y a los barrocos”.

José de Madrazo

Más sobre el Museo nacional del Prado: http://museodelprado

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