“Un museo dentro de un museo”. Así define Pablo Milicua (Bilbao,1960) la muestra que, a modo de gran instalación, conforma un collage de souvenirs, obras propias y objetos que se despliegan, por acumulación y yuxtaposición, en un conglomerado artístico, componiendo un paisaje narrativo lleno de referencias y lecturas.
La pieza central de la muestra, entre la que se encuentra el “Oso coloso”, perteneciente a la colección del exfutbolista Iván Helguera, es “El Mar Interior”, una acumulación de miles de fragmentos que, como él dice, “se le han quedado pegados por el camino” y cuya elección –“elegir es crear”, declara- surge por gusto, por identificación, alentada por un proceso apropiativo de falsa arqueología cargada de una historia sedimentada de búsqueda, de encuentro, de recolección. “Todo ello con una intención de resignificar cada objeto al ordenarlo en una estructura más grande, mediante técnicas de ensamblaje y collage.
Como si participara de un mecanismo de destrucción, creación, alquimia”, explica Milicua, al que algunos califican de barroco, aunque sus mayores influencias provengan del surrealismo daliniano, el pop art, la estética neoexpresionista y los tebeos. En el comienzo de su trayectoria creó el Grupo Barroco Psicodélico, junto a otros compañeros, y pintó el techo de la discoteca Gaueko de Bilbao, templo del afterpunk vasco. A finales de los ochenta, su obra adquirió un carácter objetual y escultórico, que desemboca hoy en sus trabajos de mosaico y acumulación, denotando un estilo muy personal. “Siempre me ha interesado la definición del artista como territorio, como país”. Una topografía mental que queda descrita a modo de paisaje y de autorretrato en la instalación del Museo Lázaro Galdiano.
Aparece, de este modo, la escenografía del recuerdo, del museo del coleccionista que recompone su identidad a base de trofeos y reliquias “con una voluntad de subvertir los significados, creando algo misterioso, divertido… Una extrañeza en el lugar común”, asegura. Y es que, en “Milicua Museum” existe un deslumbramiento por el arte popular, el objeto decorativo “como algo loco o humorístico”, entre lo grotesco y lo kitsch, una falsa arqueología de coleccionista. “Me gustaría transmitir la magia del objeto, la percepción de su aspecto prodigioso dentro de la realidad, despertar en el espectador cierta sensación de maravilla, que muchas veces queda enterrada por el agobio de la vida cotidiana”, afirma. “Un mundo que se respira en algunos museos -como el Lázaro Galdiano- y al que aspira el ‘Milicua Museum’”, añade.
Esa fascinación por imágenes atemporales a través del coleccionismo, el fetichismo del objeto, la pasión por la historia y cierta voluntad enciclopédica parecen establecer una relación con la figura de José Lázaro Galdiano. “Naturalmente, Lázaro representa un coleccionismo de arte de élite, con interés también por la alta artesanía preindustrial. En mi caso, se basa en la utilización expresionista de elementos pop de la era postindustrial, recontextualizados en un discurso artístico heredero del surrealismo”, explica.
Sobre Pablo Milicua
Licenciado en Bellas Artes, en 1983 comisaría en el Aula de Cultura de la CAM (Bilbao) la colectiva “7pintores7 y en 1985 realiza su primera exposición individual en la galería Windsor Kulturgintza.
En 1986 se traslada a Vitoria, donde ejerce como crítico de arte en el diario El Correo y dirige Casa Ubu, un espacio en el que organiza diversas muestras. Es becado por la Academia de España en Roma para un trabajo de arqueología simbólica (1994-95), y realiza montajes al aire libre y en edificios abandonados en Manchester, Arija y Brooklyn. Entre las muestras de esa época: “Intrógolo”. Horno de la Ciudadela. Pamplona; “Solo show” con Windsor Kulturgintza en Arco 02, y diferentes exposiciones colectivas en torno al arte del objeto.
En 2003 se traslada a Barcelona, donde entra en contacto con Fernando Latorre, en cuya galería de Madrid expone regularmente en los siguientes años. De ese periodo destacan: “Souvenirs d’un Touriste Paysagiste” en Collioure y “Un Largo Paseo” en San Fernando de Henares, “Tabanera, Milicua, García Barcos” (Fundación Antonio Pérez de Cuenca) y la escritura para catálogos de artistas afines, como Garmendia o Carlos Pazos. En esos años, comienza una larga serie de collages elaborados a partir de fotografías en blanco y negro, extraídas principalmente de libros de los 50 y 60, que representan paisajes imaginarios en un acercamiento a la tradición pictórica flamenca de maestros como Brueghel, El Bosco o Patinir, mostrados, entre otras, en las exposiciones “Paisajes Imaginarios” (Fernando Latorre, Madrid 2008), Project room de la Feria de Lisboa en 2009, “Piranesi-Milicua”, en la Galería Artur Ramón de Barcelona (2011), YIA art fair de París (2013) y “Paisajes, visiones, apariciones” Galería Luis Burgos, Madrid (2019). Además, realiza exposiciones de gabinete, con carácter de instalación, como las colectivas “Mutantes del Paraíso” (Museo de Bellas Artes de Álava, Vitoria 1998), “Museo efímero de Bilbao” (Windsor Kulturgintza 2011) o “El Prodigi” (Artur Ramón, Barcelona 2015). También las individuales “Amor al Arte” (Galería Alegría, Barcelona 2011) o ” Milicua Retrocámara” (Palacio de Quintanar, Segovia), entre otras. En estas muestras busca recrear la fascinación curiosa de la Wunderkammer con una idea visionaria del arte como imperio de la maravilla y el prodigio.
Más sobre el Museo Lázaro Galdeano: https://www.flg.es/