Por José M. Diéguez Millán.
Sin sed ni calor, picor en los ojos o sudor…, casi deshaciéndome de mi condición humana. Solo así, sin que los sentidos me estorben, podría entender lo que transmitís, enigmáticos lugares. Desiertos de Egipto. Abandonaros fue la única forma que encontré para poderos interpretar y hablar sobre vosotros; irme a la civilización donde, ya físicamente cómodo, podré centrarme únicamente en lo que expresáis.
Al oeste de El Fayum encontramos lagos e incluso cascadas totalmente rodeadas de arena. Tierra de contrastes. Siguiendo hacia poniente, ya solo hay arena formando un desierto plano. Me sorprende cómo mi conductor puede saber hacia dónde dirigirse, sin dunas ni montañas que sirvan de referencia. Nada alrededor. O quizá todo: cielo y arena. Súbitamente emerge un cartel señalando hacia una dirección que, en un lugar así, parece aleatoria: «Wadi el Hitan», pone, sin siquiera indicar la distancia que resta.
—Twenty kilometres (veinte kilómetros), me asegura el chófer.
Wadi el Hitan (el Valle de las Ballenas). Me impacta la arquitectura de su centro de visitantes, que recuerda un platillo volante allí aterrizado, dentro del que advierto la importancia de este lugar: fósiles de crustáceos y de otras criaturas marinas cubren toda su extensión, pero los más importantes son los de unas ballenas que aún tenían extremidades antes de que la evolución les hiciera perderlas. Caminé ocho kilómetros, quizá diez, por esta maravilla de paraje con todas las tonalidades del ocre y del amarillo. Paré, observé, caminé, volví a parar, y a observar… Me recordaba el fondo del mar Rojo que tan recientemente había explorado. Deambulé entre corales petrificados, vi cangrejos, estrellas de mar e incluso troncos de árboles y, por supuesto, aquellas ballenas. Todo allí en medio, a doscientos kilómetros en línea recta del mar, entre unas hermosas formaciones geológicas que me recordaban cierto tipo de setas. Emoción que perdura. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, con cuánta razón. Wadi el Hitan, el misterioso.
Continuando hacia el sur, encontramos el bucólico oasis de Bahariya. Amo este lugar y su gente. No sé deciros más. Khaled, mi mejor amigo del pueblo, me cuenta prácticamente todo lo que sabe de su tierra. Me empapo, contradictoriamente, me empapo de desierto.
Separados por una pista que corre en dirección sur desde nuestro oasis, atravesando la depresión de Farafra, se encuentran dos hermanos totalmente distintos. A la derecha el desierto Negro. Menos llamativo, aunque geológicamente muy interesante por su origen volcánico. No es muy visitado. El desierto Negro, el ignorado.
A la izquierda el desierto Blanco. Es hermoso y lo sabe: se abre a ser recorrido fácilmente, pues es llano. Contiene cientos de figuras escultóricamente modeladas por el viento que representan todo lo que tu imaginación quiera. Arena blanca; parece nieve en algunas zonas. Té, relax, puesta de sol. El desierto Blanco, el bello.
No hay comunicación directa desde aquí a Siwa. Para llegar a este otro mítico oasis tuve que hacer rodeo por Marsa Matruh, en la costa mediterránea, y volver al sur. Desde Siwa, con tres chicas alejandrinas (para abaratar costes), nos adentramos en un jeep en el Gran Mar de Arena, que abarca también parte de Libia. Las dunas, semejando una marejada, me hicieron creer que entendía lo que es esta área. Pero no. Al bajar del coche te encuentras con millones de cáscaras de crustáceos y moluscos petrificadas. Si intentas despegarlas de la arenisca a la que están adheridas, se deshacen. Ostras, caracolas, vieiras… El Gran Mar de Arena: exactamente eso.
José M. Diéguez Millán es autor del libro «ESTE»
Facebook : José Diéguez Millán
Instagram : @josedieguezmillan
4 comentarios en “Los desiertos, el gran desconocido de Egipto.”
Aunque siempre hemos oído hablar de cuánto ha cambiado nuestro planeta es muy distinto cuando alguien cercano a ti te lo hace llegar.
Sabes que está realmente en esa arena rodeado del pasado. Te hace sentir que esos miles o quizás millones de años no quedan tan lejos.
Egipto es un gran desconocido. Gracias José por acercarnos lo que tantas guias turísticas olvidan.
Gracias a ti por valorarlo y por abrirte a que te lleguen estos destinos erráticos sobre los que suelo escribir. Besos
jo estimo el desert, aquets espais tan buits i tan plens alhora…. em fan sentir lliure i feliç…
gràcies per compartir i fer-me sentir
Gràcies a tu!