Hedwig y Georg Meierlohr se conocieron en 1950 en la localidad de Oberstdorf en un balneario enclavado en los Alpes alemanes del Allgäu. Ambos trabajaban en la hostelería. En 1955 decidieron buscar un empleo que les ocupase a los dos. Y así, al poco, en el Hotel Bachmair Weissach, en Tegernsee, Georg empezó como pastelero y Hedwig como mano derecha de la dueña ayudándola en la organización de las cocinas y los restaurantes.
Con el tiempo fue creciendo en Hedwig y Georg el deseo de poder dirigir su propio restaurante. Y con este propósito, en el año 1959, se mudaron a la ciudad de Kronach, en Franconia Alta, para tomar las riendas del Café Schultz, una cafetería con Barbetrieb.
La clientela crecía sin parar enamorados de las tartas y los pasteles que a diario elaboraba Georg. Además de la repostería los clientes apreciaban la comida casera que, en ocasiones, cocinaba Hedwig. Decidieron, entonces, que era el momento de ampliar el negocio ofreciendo platos sencillos de la comida alemana. Aún hoy se recuerda aquella famosa sopa de gulasch.
En 1968 la fábrica de cervezas Leiner, en Förtschendorf, había ampliado su restaurante y el hotel contiguo. Förtschendorf es un pueblo ubicado a unos veinte kilómetros al norte de Kronach, desarrollado en torno a un corredor viario y ferroviario importante en la región, atravesado, además, por un bello curso fluvial en pleno bosque de franconia. La fábrica Leiner buscaba nuevos arrendatarios para gestionar el negocio. A través de recomendaciones llegaron a Hedwig y Georg, y así fue como la pareja se encargó a partir de agosto de 1968 del hotel y del restaurante Leinerbräu.
En 1988, la aventura de Hedwig y Georg llega a su fin. Sin embargo, no supone el punto y final de esta historia gastronómica. La prueba de ello es que, treinta y tres años después de que Hedwig y Georg se bajaran en su andén, su nieto Mario Lasheras Meierlohr de la mano de su hija Heidi Meierlohr vuelven a subirse a ese tren que, de algún modo, nunca dejó de rodar.
Tener a Heidi como testigo de esa casona alemana, habiendo llevado la sala junto a su padre la sala de este entrañable negocio, muestra que sigue habiendo esperanza en la hostelería de tradición y que en Madrid tenemos un testigo de que la continuidad es posible.