Comisarida por Anne Richard, la exposición “Tattoo. Arte bajo la piel”, cuenta con más de 150 obras históricas y modernas que recogen el fenómeno de los tatuajes en distintas partes del mundo. Entre estas piezas destacan una veintena de tatuajes sobre maniquís y otra veintena de kakemonos específicamente producidos para este evento de 40 tatuadores de reconocido prestigio procedentes de países como Japón, Estados Unidos, Francia, Suiza, Reino Unido o la Polinesia.
Aparte de ello, la galería se completa con fotografías y grabados que hacen un resumen de la concepción de los tatuajes en la tribu, en la calle, en el ejército o en prisión, entre otros lugares. Así, se examinan los diferentes usos y funciones en las diversas culturas y épocas hasta la contemporaneidad, como su práctica ancestral e identitaria o el objeto de fascinación y creación artística actual.
el pasado no tan amable de los tatuajes.
Históricamente, era una práctica marginal con motivo de persecución y lamentablemente también en una marca punitiva. En los albores del cristianismo, estos signos en la piel tenían para los creyentes un profundo significado religioso y espiritual. Sin embargo, en la edad media la Iglesia los prohibió primero en el continente europeo y más tarde, tras el descubrimiento de América, en las comunidades indígenas al considerarlos símbolos más cercanos a la magia y al paganismo que a las creencias cristianas.
Durante siglos, el tatuaje se utilizó también como marca de deshonra y de sometimiento. Los romanos de la antigüedad marcaban a sus esclavos; la China Imperial a los criminales; en la Francia de Luis XIV, el Código Negro de Colbert señalaba de este modo los cuerpos de los esclavos acusados de robar o de fugarse y conviene recordar que en la Segunda Guerra Mundial millones de prisioneros, internados en campos de concentración, fueron tatuados con un número identificativo en el antebrazo.
Sin embargo, esta práctica evolucionó y, por ejemplo, en Japón, el arte del tatuaje se convirtió en una moda ornamental entre los siglos XVII y XVIII. Los dibujos podían cubrir gran parte del cuerpo creando una suerte de traje sobre la propia piel, una seña de identidad que, pese a las diversas prohibiciones, mantuvieron viva los excluidos y los grupos mafiosos como la temida yakuza. No fueron los únicos que manifestaron de este modo su evidente desafío a la autoridad. Reclusos, marinos o miembros de bandas criminales se reafirmaban de esta manera en un medio hostil.
Pero la fascinación por el tatuaje también contribuyó al enorme éxito de los circos ambulantes en la década de 1830. El tragasables, la mujer barbuda, el traga fuego o el gran tatuado eran las estrellas freaks de estos asombrosos espectáculos de feria.
En esta exposición de Caixa Fórum, la muestra se remonta hasta los orígenes de esta grabación de imágenes en la piel, datando dicha actividad como una moda social a partir del siglo XVIII, aunque su uso se radica mucho antes. Su nombre proviene de la palabra polinesia tatau, que significa herida abierta, y a través de su recorrido temporal se vislumbra la importancia que ha tenido en el pasado y que posee hoy en día desde el punto de vista antropológico, geográfico y artístico.