Por Rubén Villalba.
Frente a Ventas, se extienden barrios con identidad propia, unidos por la vida y cercados por la muerte, entre el tanatorio de la M-30 y el cementerio de La Almudena, conformando lo que fue el primer este de la ciudad. Para un madrileño irse al este es irse al otro barrio. Por uno de ellos, la joya de la corona, nos perdemos hoy: el Barrio de la Concepción, el primero de la capital diseñado como tal. Uniforme, espléndido, aportaba grandes novedades para su época (1953). Tenía un parque y rascacielos que lo asemejaban a Nueva York.
Las vírgenes que dan nombre a las arterias del barrio se funden con un paganismo abanderado por jóvenes artistas que ven en él un oasis creativo. Raperos componiendo a los pies del majestuoso rascacielos de la plaza Virgen del Romero, fotógrafos retratando con las colmenas de la M-30 al fondo… Pasado y presente se dan la mano en un barrio que José Banús —el del Puerto— ideó como paraíso de la clase media y que hoy acoge a muchos que cruzan el Puente Calero en busca de inspiración o simplemente de unas cañas.
Porque la Concepción es eso, paganismo y religiosidad, “vírgenes” y raperos que estrechan lazos mientras degustan unas bravas en la plaza de Quintana, donde Docamar hace años se convirtió en meca gastronómica. “Las mejores bravas de Madrid desde 1963”, reza en su entrada, en el 337 de la calle Alcalá. Su receta es como la de Coca-Cola: se mantiene bajo llave, aunque todo el que va intenta imitarla llevándose las salsas a casa. 4,50€ la ración. La freidora no da para más.
Cuando la cola llega hasta la calle Alcalá, el Fogón Asturiano, puerta con puerta, se convierte en sala de espera, donde muchos acaban pecando con las patatas al cabrales, preliminar que calienta para el plato estrella: el cachopo. Por 27€ comen dos y, si no te importa compartir, hasta tres. Pero el Principado no acaba aquí. Atravesando el Parque El Calero, Mari y Jaime regentan la Villa de Asturias, donde por 9,50 todo podemos tener abuela: fabada, merluza a la sidra, arroz con leche… Calle Virgen de los Reyes, 13.
Enfilando la calle Virgen de Nuria, la ruta gastronómica empieza a fundirse con la cinematográfica. Allí El Calero hace las veces de parque, cine y chiringuito. En su interior el auditorio acoge, de julio a agosto, el cine de verano. Fuera, en su costado, se extiende la conocida Costa Calero, un “paseo marítimo” de asfalto donde las terrazas no dan abasto. Haciendo esquina con la calle Virgen del Sagrario, en el número 19, encabeza el cortejo, por veteranía, la cervecería Olivares, donde se tomaron las primeras cañas los nativos del barrio. Le siguen La Cabaña (las hamburguesas más exóticas de Madrid), La Iguana (triunfa el pincho de tortilla), Quepar (las alitas que más vuelan), El Centro del Parque (arrasa con su sándwich mixto), Periso (las mejores cervezas para un alto en el camino), Noa Noa (exquisitos tacos) y Los Nachos de Oro.
La Costa desemboca en la plaza José Banús, puerta de entrada a la ampliación del barrio. Sus famosas “colmenas” han protagonizado películas y videoclips creados sobre la Avenida Donostiarra, que debería llamarse Pedro Almodóvar (“Cuando iba a trabajar a un almacén de la Telefónica, siempre me impresionaban esas enormes colmenas que se alzan sobre la autopista”). Este vestigio cinematográfico se adivina en lugares que en su día fueron hitos, como el cine de lujo Canciller, en la citada plaza, convertido hoy en un Aldi. En los bajos se ubicaba la sala del mismo nombre, meca del heavy, el rock and roll y la movida madrileña. Esta amalgama disco-cinematográfica se replicaba en otro de los cines más concurridos del barrio, el Texas, transformado luego en la discoteca Scaler, posteriormente en plató de Telemadrid y Canal 7, y hoy en un Ahorra Más.
Al trinomio cine, música y gastronomía, se une la arquitectura como elemento identitario de un barrio tan moderno como su Colonia de San Vicente, contrapunto bohemio de los edificios brutalistas y lo más parecido que había en los 60 a las típicas casas estadounidenses con jardín. Algunos de sus garajes sirven hoy de local de ensayo para nuevos grupos que, visionarios, prueban suerte en un barrio que huele a futuro.
Mientras unos cantan, otros bailan, graban o se toman unas birras ajenos al trajín de la M-30. Algunos apurarán en la Avenida Donostiarra antes de cruzar el Puente Calero. Otros se perderán por la calle Virgen de la Alegría ahogando penas en uno de los varios pub. Y habrá quienes se queden y no quieran irse.
Rubén Villalba.
Entrevista a xcso, la incitación al pecado.
En el Barrio de la Concepción vive Jaime, nacido en Palma de Mallorca hace 25 años. Lleva dos en Madrid, donde trabaja de coctelero y ha dado rienda suelta a su pasión, la música, a través de la que se expresa con su nombre artístico: XCSO (_xxcso).
De su infancia, que no se adivina muy fácil, habla poco. De su padrastro aprendió que hay que saber ser independiente, que te puedes comprar un coche a los 18 y que debes saber crecer y vivir solo. Por eso, tras cumplir la mayoría de edad, cambió de isla y archipiélago. Se fue a Lanzarote, donde trabajó tres años en un zoo dando de comer a los animales. De ellos aprendió gran parte de lo que sabe ahora. Dolido por lo efímero de algunas relaciones que van a saco, es un chico educado, tranquilo, convincente y de verbo fácil.
-¿De dónde viene XCSO?
-De una canción de La Zowi que se llama Indecente y me motivaba mucho. Al ver el post de la canción en Instagram, le comenté “XCSO”. Al escribirlo, dije: este es mi nombre artístico.
-En Impuras cantas: “Suelo pecar porque veo como me mira. Huelo todo su cuerpo y tengo que pecar. Tengo que pecar” ¿Qué es el pecado?
-Hacer todo lo que quieres porque, según las religiones, todo lo que nos gusta es pecado.
-¿Y ser impuro?
-El camino para sentirte libre.
-Te defines abiertamente gay en un mundo tan machista como la música urbana.
-Sí, pero yo no reivindico nada. Mis letras solo hablan de mí. Me gusta mucho el juego de los heteros. Siempre dicen que no, que tienen a su “tía”, pero luego casi todos pican. Trabajo en un bar, vienen con la novia y me fríen a miradas. Eso lo trabajo mucho en mis canciones. Que haya un tonteo visual o verbal me pone un montón. Me gusta contar esas situaciones y decir: chica, tu novio me está tirando la caña y no te estás dando ni cuenta.
-Eso puede cerrarte muchas puertas. Es como si un futbolista dijera: soy maricón.
-Sí, soy consciente. Las niñas mueven las redes sociales y no te van a seguir si saben que eres gay. Al público le mueve la ilusión de poder conquistar a un artista que le gusta, pero no te creas. Recibo más mensajes de tías que de tíos.
-¿Estás dispuesto a pagar ese peaje?
-Es lo que hay. No puedo vivir alimentando una mentira. Para mí no es reivindicar, es vivir con normalidad. El mundo del trap es muy homófobo, muy machista. La mayoría de las canciones se limitan a tratar temas de dinero, drogas, putas y calle. ¿Tengo que hacer lo mismo? Creo que no. Tampoco voy a ponerme un short o una peluca. No soy yo. Por vestirme de drag no pienso que esté apoyando a un colectivo.
-¿Por qué tu generación está tan involucrada con el mundo drag como forma de reivindicación?
-Porque son quienes más ruido hacen, pero yo, si voy a hacerlo, es a mi manera. Entiendo y respeto a quien necesite reivindicar unos derechos vistiéndose de chica. Yo no lo necesito. Si acaso, lo que quiero reivindicar es que un chico de barrio, al que le gustan las motos y los coches, puede ser gay y no pasa nada; que se puede besar con su colega y echar un polvo y no pasa nada. Los chicos que no se sienten identificados con los prototipos reivindicativos existentes son la mayoría. Y hay muchos, eh.
El secreto de Jaime es ponerse metas a corto plazo y cumplirlas con objetivos bien marcados. Como buen Piscis, se mueve como pez en el agua de la pecera que él mismo diseña. Se autoproduce. Publica sus temas a cuentagotas en todas las plataformas. Ya están disponibles No me sale, BM, Aquí en Madrid, Impuras y Pantera. Es un soñador a quien la soledad de la pandemia dio un buen revolcón. No perdió el tiempo, escribió como un loco y, en cuanto pudo, salió corriendo a un estudio a grabar sus temas. El primero, No me sale, lo publicó en noviembre y desde entonces no ha parado. “Estoy tratando de llamarte, pero no me sale. Estoy tratando de escribirte, pero no me sale. Estoy tratando de quererte pero no me sale. Yo no trato de olvidarte, pero si me nace”.
-¿Es la historia de un desamor?
-No. Es la de una amistad que deja de funcionar. Cuando te hacen una putada, por mucho que lo intentas, no te sale.
-Parafraseando una de tus canciones, ¿nadie te dijo que esto era fácil?
-Nadie me dijo nada. Los valores los he aprendido cayendo en mis baches y saliendo de ellos por mí mismo. Nadie me ha regalado nada. Hay gente que cree que todo se hace con contactos. A mí no se me han presentado todavía. Lo importante es lograr transmitir el mensaje y que llegue. Sé que tengo mi público.
-¿Vas a comprarte cadenones y mucho oro?
-Todo lo que pueda. Es la mejor inversión. Más para el escenario que para la vida diaria.
-¿Eres consciente del poder de la palabra?
-Si, por eso hago canciones.
-¿Qué pasa con Palma de Mallorca?
-Que es una cantera de artistas y aquí estamos muchos.
-¿Sientes vértigo?
-“Está claro que me mira tu men y me dice ven… aquí en Madrid yo sin ti, tú sin mi” –tararea con su cálida voz–. A veces lo siento, pero se pasa enseguida. Nunca he tenido miedo. Aprendí a controlarlo desde muy pequeño. Era un lujo que no me podía permitir.
Javier Bellot.
1 comentario en “#ExtraBarrios. El Barrio de la Concepción: lo moderno no acaba en la M-30.”
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