Con su delicado humor, la simple obra maestra de Jim Jarmusch, Extraños en el paraíso transformó de manera radical el escenario del cine independiente norteamericano.
Dividida en tres capítulos, correspondientes de forma peculiar a la estructura de nudo, desarrollo y desenlace, Extraños en el paraíso nos cuenta la historia de Willie, húngaro residente en Nueva York, su amigo Eddie y la prima del primero, Eva. En El Nuevo Mundo, ubicada en Nueva York, asistimos al inicio de la relación de los protagonistas. En Un Año Más Tarde, desarrollada en Cleveland, los personajes destapan sus deseos ocultos. Y en Paraíso, situada en Florida, asistimos a un original desenlace propio de esta curiosa road movie cuyas secuencias de carretera son tan sólo el leit motiv de esta historia. Desde las primeras imágenes de Eva deambulando por las calles de Nueva York (al son de la magnífica I Put a Spell on You, de Screamin’ Jay Hawkins, un tema que la protagonista escucha constantemente en su radiocasete y que se convertirá prácticamente en una especie de himno de la película – fotograma 1), cada uno de los episodios está marcado por un tono que oscila entre la melancolía y la comicidad de buena parte de sus escenas; una comicidad que no es nunca hilarante, sino que surge de la actitud contemplativa de Jarmusch hacia sus personajes, ya sea en el diminuto apartamento de Willie (escenario casi invariable del primer episodio de la película), en el desolado paisaje invernal de Cleveland, o en los destartalados moteles de la decadente Florida.
“No hables en húngaro. ¡Sólo Inglés!”, le espeta Willie a Eva cuando ésta se presenta en el apartamento del protagonista. Una manera de expresar el rechazo a sus raíces y el deseo de pertenencia a su país de adopción que Willie refuerza con cada uno de sus actos más cotidianos: a través de su indumentaria, en las comidas (impagable la secuencia en la que Willie expone ante Eva las virtudes de su TV-dinner: “Así es como comemos en América” – fotograma 2), en sus interminables jornadas frente al televisor, o regalándole a Eva un vestido de dudoso gusto con el argumento de que “si vives aquí debes vestirte como la gente de aquí”.
Una poética porción de los EE.UU., el primer éxito de Jim Jarmusch es una road movie indie diferente. Desde los deteriorados alrededores del Lower East Side hasta las extensas playas de Florida, captura los pequeños y curiosos detalles de la vida en la ruta a su propio ritmo centelleante.
Sobre Jim Jarmush
En 1979, Jim Jarmusch, alumno de Nicholas Ray en la NYU, colabora como asistente del director en Relámpago sobre el agua, estremecedora crónica a cargo de Wim Wenders de la lucha de Ray contra un cáncer terminal. Dos años más tarde, Jarmusch utiliza un negativo sobrante del film en el que está trabajando Wenders en ese momento, El estado de las cosas, (paradójicamente, la historia de un equipo de rodaje que se debe interrumpir la producción por falta de película), para rodar un mediometraje titulado Extraños en el paraíso, que obtiene el premio internacional de la crítica en el Festival de Rotterdam y que se convertirá, un año después, en el largometraje estrenado con el mismo título.
Película de mínimos recursos, rodada en plena etapa de formación (aunque el director ya había ofrecido en 1980 su ópera prima con la estimable Permanent Vacation), Extraños en el paraíso muestra sus principales virtudes precisamente en una puesta en escena absolutamente condicionada por las paupérrimas condiciones de producción, con dos características principales: una rígida estructura a base de planos secuencia separados por breves interludios en negro y la utilización de objetivos de gran angular para aprovechar al máximo las localizaciones. Estos preceptos formales, junto a la excelente banda sonora de John Lurie, confieren a la película un personalísimo sello que marca profundamente esta historia sobre el desarraigo (geográfico y vital) de unos personajes absorbidos por el tedio y la monotonía de su existencia.