
Quiero hablar de Ohrid.
Cuéntame tú también —durante esta charla que podría prolongarse horas y horas— lo que esa ciudad te hizo sentir.
Compartamos la paz; la sensación de misterio que nos transmitieron sus calles, su lago, sus iglesias, fortaleza y mezquitas.
Rememoremos juntos, al pronunciar u oír cada frase que la describa, cómo esta Jerusalén de los Balcanes nos conmovió.



Vamos a revivir aquella emoción. Reproduzcamos el resuello que nos causaba subir sus cuestas o ascender sus numerosos peldaños. Hambre de aire que, al admirar desde lo alto aquellos ocasos y esos tejados, dejaba de fatigarnos de inmediato. Y las aguas reflejando nubes y sol, luna y farolas, barcos y casas.



Emocionémonos juntos, de nuevo, al toparnos con unos jabalíes corriendo por las laderas de Galichica. O al contemplar las danzas circulares de los peces, inquietos, en las orillas de sus playas. U observando el pesado deambular de alguna tortuga que atraviesa el bosque. Rememos próximos a cormoranes, gaviotas, garzas y ánades cuyas colonias atravesamos a bordo de un kayak.

Dejémonos impresionar otra vez por el tenue latido del corazón de San Naum apretando, de rodillas, nuestros oídos contra su tumba. Volvamos a sorprendernos viendo brotar numerosos manantiales entre las rocas, bajo los arbustos o del suelo de alguna capilla.

Sigamos conversando. No olvidemos ni un solo detalle cuando repasemos los centenarios frescos de Santa Sofía, San Juan Kaneo y de Sveta Bogorodica. Recreémonos comentando las vidas de tantísimos personajes bíblicos, alegóricamente representados en sus muros y techos. Caminemos por las gradas del teatro griego, cuya estratégica orientación nos permite ver, de manera simultánea, su escenario al frente y, más allá, el lago.

Reproduzcamos, frunciendo nuestros entrecejos, aquel incómodo gesto que nos provocaba el intenso reflejo del sol sobre sus aguas. Azul, verde y blanco transparentes que nos invitaron a zambullirnos en ellos una y otra vez. Fría, casi heladora, aunque reconfortante experiencia. Algas ondeando y piedras milenarias contemplaban, desde el fondo, nuestro nado. Acariciemos de nuevo, con cada brazada, esa infinita superficie fluida de la que, a lo lejos, surgen las montañas albanesas.

Saboreemos, en el recuerdo, los estofados de pescado, los kebabs y las legumbres guisadas. Sintamos cómo vuelven a hacérsenos agua las bocas al llegarnos el olor a pan recién horneado o los efluvios de pimientos asándose provenientes de algún hogar próximo al viejo bazar. Dejemos que corran por nuestras gargantas aromáticos vinos y suaves cervezas locales. Y aquella rakia oscura con miel; alcohólica receta infalible a la hora de entablar nuevas amistades.

Crucemos en bicicleta pintorescos puentes, bucólicas aldeas e íntimas playas escondidas. Sintamos el aire fresco aliviando el sofoco de nuestros rostros mientras pedaleamos a pleno sol. Subamos a las montañas. Quiero volver a contemplar los dos lagos al mismo tiempo desde sus cimas. Prespa y Ohrid. Uno a cada lado. El primero conteniendo la única isla macedonia. El otro albergando en secreto los sentimientos que arrojamos en su interior.
Hemos de repetir nuestras caminatas por aquellos estrechos senderos y calzadas. Hagamos autostop cuando nos cansemos y montemos en los vehículos de otros generosos visitantes que nos relatarán sus aventuras. También podemos detener algún pequeño autobús local que nos lleve de vuelta a la ciudad.
Háblame siempre de Ohrid.
Nunca me hartaré.
Devuélveme a esa sensación, mezcla de paz y felicidad, que me transmite ese reducto pleno de belleza.
Y si estás ahí, a mi lado, mientras mis últimas respiraciones se empeñen en mantenerme en este mundo, sigue contándome acerca de la Jerusalén macedonia.
Pues no imagino mejor forma de partir que visualizando sus estampas antes de apagarse el cerebro y reviviendo esas emociones dentro de mi pecho mientras se detiene.
José M. Diéguez Millán
Autor de los libros «SUR» y «ESTE»
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2 comentarios en “HABLEMOS DE OHRID, LA JERUSALÉN DE LOS BALCANES.”
Muchas gracias, José, por describir de forma tan explícita muchos de los sentimientos que te envuelven e inudan cuando paseas por este enclave mágico del planeta. Los que hemos tenido la suerte de conocerlo sabemos que no hay más que verdad escrita en tus palabras.
Tuve la gran suerte de conocerte en Skopje (Macedonia) por lo que la lectura se hace mucho más enriquecedora si cabe.
Un abrazo muy fuerte desde Sevilla
Me alegro de que hayas disfrutado la lectura. También estoy contento de haber compartido un tiempo contigo. ¡Gracias Roy, amigo!