La América republicana de Eissenhower se ponía cachonda viendo contonear las curvas de Marilyn Monroe al interpretar “My heart belongs to Daddy”. Rock Hudson y Dorys Day encarnaban la idea edulcorada y casta del amor y las devotas esposas e irreprochables madres de familia elaboraban tartas de arándanos o frambuesa y acudían junto a sus esposos e hijos a la iglesia a escuchar el bonito discurso del reverendo
Eran los opacos años cincuenta. El mensaje totalitario de la América macartista había calado tan hondo en el inconsciente colectivo, que la máxima transgresión que un joven de clase media se permitía era escuchar a Elvis Presley, mientras que la rebeldía de la chica era, a lo sumo, bajar unos milímetros el escote de su vestido para la fiesta de graduación. El establishment del momento estaba determinado a convencer a aquella emergente y puritana clase media post segunda guerra mundial, que el “american way of life” era la tierra prometida, y cualquier tipo de disidencia era cosa de perdedores o de comunistas antipatrióticos
En aquel contexto de euforia económica, de neuróticos valores anticomunistas, antiliberales, religiosos y con un panorama social en el que la comunidad afroamericana vivía aún en la esclavitud, unos jóvenes poetas, formados en el universidad de Columbia, leían clásicos franceses, consumían marihuana, bencedrina y litros de alcohol. Mantenían sexo furtivo con mujeres y hombres, escuchaban jazz, cuestionaban el estilo de vida americano y su mediocridad; desafiaron a una prensa mediatizada por el poder y recorrieron la Ruta 66, cruzaron cada estado; de Nueva York a San Francisco, pasando por Boston, Chicago, Denver; New Orleans, Memphis, Tulsa o Phoenix. Vivieron en París, México DF, La India y Tánger. Amaron oriente y heredaron los colonialistas vicios orientalistas. Ellos fueron la Beat Generation. La generación de la derrota, del impulso, el latido o la beatitud. Huyeron del paraíso para encontrar nuevos retos y motivaciones para la supervivencia, para no sucumbir y quedar atrapados para siempre en aquel magma de felicidad de lata Campbell, de surtidor o de supermercado. Iniciaron un viaje iniciático lejos de la armonía de PVC y encontraron la soledad, la huída hacia ninguna parte, a veces la desesperación, y otras muchas la felicidad exultante y fugaz que proporciona el subidón del ingenio y la ruptura, al cruzar la frontera hacia el mundo extraordinario.
La Generación Beat, fue, en realidad, una corriente dentro de la literatura postmoderna americana. En este género podríamos incluir a Henry Miller con sus “trópicos”, Truman Capote y su visión dramatizada de una crónica periodística, a los desgarrados dramas perversos de seres atormentados que con tanta maestría narró Tenessee Williams, o al gran Paul Bowles que vivió y murió bajo su tangerino y africanista “Cielo Protector”. Pero ninguno de estos fue un autor Beat. Cincuenta y cinco años después de la primera publicación de On the road (en la carretera), podemos decir que fue su autor, Jack Kerouac, quien dio comienzo a este viaje literario, poético y vital, sin retorno, y sin esperanza de supervivencia.
Jack Kerouac. El padre de los Beat, escribió On the Road, la Biblia de la cultura Beat. Los sueños le habían estallado en la cara; una lesión en la pierna le impidió seguir jugando al futbol americano. Su irreverencia le hizo fracasar también en la Marina, de donde fue expulsado por paranoia. Esos fracasos fueron a la vez reveladores, y aquel destierro, tal vez provocado, le condujo a convertirse en un brillante escritor. Conocer a un muchacho problemático de barrio y casi marginal, llamado Neal Casady y cruzar con él la prometida tierra americana, con pocos dolares en el bolsillo, y la compañía ocasional de fugitivos, putas, homosexuales, saxofonistas, cantantes de jazz fracasados, camareras de bares olvidados de carretera o ex convictos se convirtió en la fuente de inspiración para escribir On the road. Una obra imprescindible, deudora de la América post depresión, post guerra; heredera de los caminos por las que ya casi nadie transitaba. On the road se publicó por primera vez en 1.957, aunque fue gestada y escrita a finales de los años cuarenta con apuntes y retoques finales de los cincuenta. Kerouac vivió rápido y murió joven; en 1969. Junto a él murió la cultura Beat, pero su legado había generado un engendro cuya proyección reverbera aún en lo más granado de la civilización occidental y su testimonio cultural; los hippies.
Allen Ginsberg. Se desnudaba en público, leía compulsivamente a Rimbaud y abrazaba la pansexualidad. Judío y de madre esquizofrénica y comunista, Ginsberg llegó a tener incluso alguna alucinación al imaginar que William Blake, le recitaba “Oh Sunflower”. Ginsberg se interesó por el budismo, viajó con su amigo Kerouac por la América profunda en autostop . Ginsberg terminó por asumir su homosexualidad al conocer a Peter Orlovsky, de quien se enamoró, y con quien inició además una relación espiritual a base de lecturas de sutras. Su obra más famosa y símbolo del movimiento Beat fue “El Aullido”; publicada también en 1957, y que al igual que On the road, causó un gran revuelo, por cuestionar el sistema judicial americano, entre otros inputs. Ginsberg envejeció dulcemente. Fue un activista político progresista e incluso en su vejez, un líder para jóvenes bohemios universitarios. En los setenta, Ginsberg era amigo íntimo de gente como Bob Dylan y escribió otra de sus obras imperecederas, “La caída de América”, en la que abría una reflexión sobre la derrota del país en Vietnam, o sobre el testimonio del discurso de su admirado Martin Luther king. El Aullido fue llevada al cine en 2010 por Rop Epstein e interpretada por James Franco.
William Burroughs. El más atormentado y delirante de los Beat fue el autor del mítico El Almuerzo desnudo. Le precedían obras como Marica o Yonky. La biografía de Burroughs es la de una verdadera huida, nada impostada. Asesinó a su mujer accidentalmente en Mexico DF, al disparar, como en Guillermo Tel, una manzana sobre la cabeza de ella; resultado psicotrópico de una larga y oscura noche que le perseguiría para siempre. Burroughs se las arregló con las autoridades mexicanas para salir indemne de aquel siniestro hecho. Adicto a la heroína, al alcohol y al sexo ocasional con jóvenes, vivió en la medina de Tánger. Allí escribió una autobiografía no lineal, un experimento literario, que usaba técnicas como el cut-up, y que relataba sensaciones y sentimientos vulnerando los tres actos, así como a la moral de la época. Situó su narración en ciudades de todo el mundo, siendo la más llamativa Interzona, una ciudad imaginaria, en la que nada era real, y todo estaba permitido, y que estaba claramente inspirada en aquel Tánger internacional a punto de derrumbarse. El Almuerzo desnudo, fue llevada el cine por el canadiense David Kronenberg en 1993. En la película existen continuas referencias a Kerouac, el guapo americano, a Ginsberg, a Paul y Jane Bowles y a la pérfida y lesbiana criada de este matrimonio, al colonialismo occidental y, por supuesto, al propio Burroughs y a sus paranoias, en las que recibe mensajes de espionaje de su máquina de escribir, con la que llega incluso a mantener una relación sexual.
David Herbert, Peter Orlovsky, Gregory Corso e incluso Neal Cassady fueron también autores ocasionales o emocionales de la Beat Generation. Un movimiento literario casi olvidado, casi elitista. Nada ejemplar. Pero la calidad literaria de sus obras y el mensaje vigente de aquel discurso hace que desenterremos del siglo XX, uno de los pasajes más fascinantes de la historia postmoderna, de su revulsivo cultural, de su significado social. Aquellos hombres de vidas poco edificantes pero de mentes prodigiosas nos hacen pensar en otros jóvenes que construyeron una forma de vivir con referentes artísticos y una estética muchos más elaborada. Hablamos de los seguidores de aquel remoto movimiento literario. Los Beatnik. Un término que la prensa de la época acuñó, para burlarse de aquellos jóvenes intelectuales, combinando las palabras Beat y Sputnik, aquel cohete soviético fallido, cuyo viaje errante se convirtió en un símbolo para una caza de brujas que orbita aún en la memoria de varias generaciones de autores