Una actualización esmerada y humilde del bar de barrio, La Tarara forma parte del nuevo marco gastronómico del barrio de Arganzuela. Esta encantadora esquina con una amplia terraza, invita a los vecinos de la zona y a los amantes del vermú a disfrutar de esta taberna donde, como apunta su propietaria, “nos despertamos subiendo la persiana y nos acostamos bajándola”.
Abrió hace apenas cinco meses pero su aventura en solitario estaba ya predestinada. “Viví un tiempo justo encima del local y siempre fantaseaba con qué haría si lo tuviera”. Una treintena de vermuts gobiernan la oferta líquida, especialización inédita por estos lares; puedes llevar el aperitivo en cualquier dirección, de Galicia a Cádiz, de La Rioja a Cataluña.
“El nombre viene del conocido poema de Lorca que, convertido en canción, es mi favorita; la gente entra ya cantándola. Y, por otro lado, tiene un guiño secreto autorreferencial. Si cambias la primera ‘r’ por una ‘m’, tienes mi nombre”. Tamara, apoyándose en una carta ideada por Raquel en un primer momento pero con Natalia ejecutádola a diario, ha creado un lugar a su medida, sabiendo que no se necesita mucho más que uno de sus suculentos planchaditos (pan de cristal de masa madre), sea de jabalí, pollo cajún o vegano, una ración de boquerones caseros y unos amigos para echar la tarde.
los orígenes de la maravillosa "hora del vermú".
La hora del vermú va mucho más allá de disfrutar de esta bebida macerada, ya que se ha convertido en un acto social que acompaña los mediodías al sol con unos buenos pinchos, unas aceitunitas y buena compañía.
Pero sus orígenes se remontan al siglo V antes de la Era Común concretamente, adjudicando su concepción al célebre médico y filósofo griego Hipócrates de Cos, que no hacía otra cosa que buscar un tónico medicinal de hierbas. Según cuenta, el antiguo griego puso a macerar flores de ajenjo y hojas de díctamo en vino y, sin comerlo pero sí bebiéndolo, dio con un pariente muy cercano al vermú de nuestros días. Por esta historia, en la Edad Media, las preparaciones similares recibían el nombre de «vino hipocrático».
Pero este supuesto origen, que más bien puede ser una simple leyenda, las teorías lo remontan también al Antiguo Egipto y el Imperio Romano. Se dice que existe una referencia a una suerte de vermú en un canto de La Odisea, cuando la reina Helena ofrece a su marido Menelao una preparación a base de hierbas egipcias. De igual modo, la costumbre de macerar hierbas en vino la tuvieron efectivamente los antiguos romanos y otras culturas pasadas, llegando la tradición hasta la Edad Media y diversas comunidades monásticas europeas.
Sea como fuere, la réplica de todas estas hipótesis difíciles de contrastar la encontramos en la historia que le otorga todos los méritos, por los menos inequívocamente los de su concepción moderna, a un señor llamado Antonio Carpano. En el año 1786, este italiano oriundo de Turín confeccionó una receta de aperitivo alemán a base de vino y el denominado wermut, ajenjo en alemán. El resultado era una suerte de vino aromatizado con plantas amargas. Del empleo de esa especie de absenta alemana le vino el nombre.