Resido en el barrio de Maboneng. La primera recomendación del personal del hostal en el que me alojo es que no salga de Fox Street, donde nos encontramos. En esta vía abundan restaurantes y bares con decoraciones minuciosamente estudiadas. Algunos de ellos ofrecen música en vivo por las noches. Cada uno de estos locales cuenta con personal de seguridad en sus entradas, lo cual me hace entender por qué mis anfitriones me aconsejan limitar mis exploraciones en solitario a esta calle. Disfruto de su amplia oferta de ocio durante dos días. Sin embargo, tras deambular cuarenta y ocho horas calle arriba y abajo, el cuerpo acaba por pedirme más.
Durante un concierto, un muchacho me comenta que está organizando una ruta por la ciudad para enseñar a unos compañeros el barrio donde se crio. Me sugiere que me una a ellos, cosa que hago sin dudarlo un segundo.
Desde el coche, vemos a varios adolescentes removiendo barro en una gran hondonada. Se trata de una mina de oro abandonada de donde esos chicos extraen ilegalmente mínimas cantidades del preciado metal. No en vano, el nombre zulú de la ciudad es Igoli (lugar de oro).
Llegamos a Soweto (South west town). Aquí, entramos en una guardería donde todos los niños conocen a nuestro guía y nos saludan con cariño. De manera espontánea, una criatura de tres años me coge de la mano y me cuenta que ella quiere ser médico de mayor. A continuación, caminamos entre las chabolas. Observo que las autoridades han instalado cabinas con inodoros en alguna esquina. Además, el barrio cuenta con alumbrado.
Pero Soweto también tiene una zona residencial. En ella habitaron Nelson Mandela y su esposa, así como Desmond Tutu. Las casas de estos dos premios Nobel de la Paz se encuentran en la misma calle, a escasos trescientos metros de distancia una de otra.
Nuestra ruta continúa con la visita al Hector Pieterson Memorial. Se trata de un homenaje a este colegial de trece años que murió al recibir un disparo cuando participaba en una manifestación anti-Apartheid. Su foto, siendo portado en brazos por un compañero, dio la vuelta al mundo, iniciándose una presión internacional para finalizar con esta marginación racista. Junto a Hector, al menos otros 170 participantes murieron en esa emboscada policial que les esperaba en una curva de Khumalo Main Road. Sentimos un nudo en la garganta observando unos treinta zapatos que cuelgan en un muro de esta vía rememorando la estampida de aquellas criaturas, aquel 16 de junio de 1976.
Pasamos por amplias avenidas que recuerdan a las de cualquier otra metrópolis del mundo y nos sentamos un rato junto a un monumento dedicado a Gandhi. Continuamos deteniéndonos a contemplar Chancellor House, amparados por la sombra de una estatua de Nelson Mandela, con sus guantes de boxeo puestos, en actitud de ataque. Este edificio albergó el despacho de abogados en el que el Premio Nobel y su socio Oliver Tambo defendían las denuncias por abusos interpuestas por sus compatriotas de color.
A mediodía, finalizamos nuestra ruta visitando un original bar instalado en lo que fue la caja de seguridad de una importante compañía de exportaciones de principios del siglo XX. Recorremos sus salas —ahora convertidas en elegantes comedores— a las que dan acceso unas pesadas puertas blindadas que ya solo tienen función ornamental. Después ocupamos su terraza para terminar nuestra consumición. Nos encontramos en una bocacalle aledaña a Fox Street. En cuestión de un par de días, he pasado de pensar que era temerario doblar cualquier esquina desde esa vía a estar tranquilamente sentado en medio de la calle disfrutando de mi cerveza.