Lo local se abre camino dentro de lo universal en el rico marco literario de nuestros días. Máximo sabe mucho de esto, y con su nueva obra Mi pequeña librería ( PlanetadeLibros) ahonda en la atemporalidad de las finas metáforas de una reminiscencia acordada que le trascienden dentro de una narrativa que merece ser leída porque está hecha con una artesanía literaria que tanto echamos de menos estos días, desparramada en una obra que promete dar una vuelta de tuerca a los que creen con bochornosa convicción que escribir, es un oficio fácil, plagado de efímeros flashes en las pasarelas urdidas por los supuestos típicos negros que no saben para quién escriben.
Lo local es la manera idónea de interpretar lo universal, valga la redundancia; Gabriel García Márquez estaba convencido de ello y Máximo ha hecho de tal premisa un arte, y con su nueva obra «Mi pequeña librería» ahonda en la atemporalidad de las fieras metáforas que pululan dentro de una narrativa que merece ser leída porque está hecha con las manos de barro poético que tanto echamos de menos estos días, desparramadas en una obra que promete dar una vuelta de tuerca a los que creen que escribir es un oficio fácil, plagado de efímeros flashes. Una falacia. Escribir para Máximo Huerta es exorcizar, es una necesidad genuina de reencontrar, de buscar refugio en el amor, de salvar y salvarnos en este mundo convulso que nos ha tocado vivir.
Urban Beat, ansiosa de inmiscuirse en la lectura de «Mi pequeña librería» de Máximo Huerta se queda, por ahora, con este fragmento evocador:
(…) Doña Leo, mi perra, a tirones, me llevaba de un sitio a otro, saludando árboles y esquinas que ya empezaban a ser de nuevo familiares por habituales; el micro mundo del sofá y la cama se ofrecía nuevo en cada plaza 8…) Una mañana de no sé qué mes, solo recuerdo el frío, apareció el deseo: -Mira esa fachada. Mira esa tienda vacía”
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