Maruja Torres entiende el periodismo como un fiel amante que le entrega un gran amor voluptuoso desnudo de vanos romanticismos, y reconoce que, si hoy fuera más joven, investigaría el mundo del deporte “sin parar”, porque está convencida, dice, de que “detrás de esos ídolos hay un mundo opaco donde se manejan millones, además del patriarcado o la homofobia”.
“Hemos visto el iceberg, picos solapados y piratas, pero en el mundo del deporte falta transparencia de una vez por todas. Hay un negocio turbio alrededor del deporte, como en el mundo de la droga, que produce tanto dinero, y en el que es muy difícil hincar el diente porque está en manos de unos pocos con alma de mafiosos”, explica la periodista, reportera de guerra y escritora a EFE, cuando acaba de publicar “Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo”
La pasión por el periodismo es uno de los hilos que teje este libro de memorias, diario fehaciente y sangrante de lo que sus ávidas pupilas podían abarcar, reflejo de una mujer con mayúsculas nacida hace 81 en el barrio barcelonés del Raval.
Reportera en el Líbano, Panamá o Israel, Maruja Torres (Premio Planeta y Nadal), autora de títulos como “Mientras vivimos”, “Esperadme en el cielo” o “Un calor tan cercano” entre otros muchos, se planteó escribir este último libro bajo esta idea:” ¿Por qué no contar que hay formas de envejecer a las que yo he tenido acceso, como privilegiada que soy, por haber nacido en este mundo?”.
Así la autora coge “el toro por los cuernos, como se decía en mi época”, dice, y asume dignamente su edad, surfea los achaques, disfruta y continúa dando cuenta de que es una mujer “no normativa”, con desparpajo y desobediente que se ríe de sí misma y, parafraseando a su admirada Nora Epron, la escritora norteamericana, se convierte en la heroína de su propia vida, nunca en la víctima.
“No hay que dejarse convertir jamás en víctima, aunque te hayan puteado, aunque hayas sido víctima de comportamientos machistas y de violencia, hay que intentar darle la vuelta a la fuerza del contrario y doblegarle”, asegura con pasión, la misma que asoma en sus pupilas cuando se estremece a la hora de hablar de Palestina.
El feminismo y el discurso honesto de Maruja Torres
“Ahora tenemos todos, de una forma u otra, salpicaduras de la sangre palestina que empezó a manar hace 75 años”, escribe.
Pero también se emociona al hablar de las afganas o de sus amigos Terenci Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Ramón Lobo, Colita o Teresa Gimpera, que también pasan por el libro, dedicado a Carmen Rico Godoy, y en el que, además, habla de su pasión por el cine. “Ha sido mi refugio, mi escuela. Me ha hecho feliz”, precisa.
También recuerda la necesidad del feminismo, la mala relación con su madre, víctima de la violencia de su padre, del machismo en las redacciones, donde comenzó en los años 60. Y a “Rodolfo langostino”, su vibrador, al que antes llamaba “consolador”, un error del que la sacaron un grupo de jóvenes haciéndole ver el gesto machista que conllevaba el término, comenta.
Un libro, aclara Torres, que empezó tras la entrevista que le hizo de Jordi Évole en La Sexta en 2023, y la columna semanal para el “Hoy por hoy”, por encargo de Ángeles Barceló. “Me dieron un poco de vidilla, me hicieron un boca a boca y pensé que estas notas que voy escribiendo en servilletas podrían servirme para empezar.
La vejez versus Maruja Torres
“Yo fui siempre no normativa y me dije: Vamos a continuar hasta el final y vamos a ver cómo acaba esto, porque, desde que voy cumpliendo días, no sé si mañana estaré viva. Esto es una ruleta, y entonces empecé con algo que me gusta mucho cuando escribo, que es abrir camino como si fuera un cuarto trastero oscuro del que voy sacando cosas”.
Dentro de esas cosas que Torres muestra, están sus formas para vivir mejor en un mundo complejo cuando se está alcanzando el final de la escalera: “Vivir el momento, moverse, hacer ejercicio, ejercitar la mente, comer, beber y charlas con los amigos. Azogue, azogue, azogue”.
Torres normaliza la vejez y relata en el libro cómo ha dejado sus últimas voluntades redactadas y las instrucciones para ser trasladada a otro país con suicidio asistido si llegara a esta circunstancia, o que no haya funeral. “No se me exponga ni abierta ni cerrada… que me incineren rapidito…Que entierren mis cenizas donde ellos saben (el grupo de amigos depositarios) y, si puede ser, cerca de un perrito”.
Pasada la barrera de los 80 años, la periodista escribe unas memorias diarísticas donde recuerda sus orígenes en el barrio chino barcelonés y sus experiencias en el salvaje oficio de la prensa hace cinco o seis décadas
«Cuánta más gente muere, más ganas de vivir tengo» desparrama a una Maruja indisciplinada con la disciplina de una mente brillante, a veces colérica, tantas veces jovial y siempre a punto de contar alguna historia, aunque se queje de lo poco que hace, bendiga la pereza y sucumba a llamadas telefónicas interminables. Maruja Torres es ejemplo de periodismo autodidacta que no le importan los títulos, porque la brillantez no se aprende en las universidades.